PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

domingo, 18 de noviembre de 2018

Paternidad responsable es también abrirse a la vida para garantizar el relevo generacional y un mejor futuro para todos. Una reflexión, con serenidad y con tiempo, sobre el descenso de la natalidad (III)

Una reflexión, con serenidad y con tiempo, sobre el descenso de la natalidad (I)

Habría que comenzar a pensar de otra manera sobre la vida, a valorar la maternidad y la paternidad. Una reflexión, con serenidad y con tiempo, sobre el descenso de la natalidad (II)
     
... Ha sido en este marco social en el que mi marido y yo hemos vivido nuestros jóvenes años de matrimonio. Y en cuanto a la paternidad-maternidad se refiere lo hemos hecho a contracorriente. Muchos me dijeron que éramos como “conejillos”, por decirlo del modo más delicado. Pero no, ni nosotros ni otras muchas parejas que conozco hemos sido conejillos sin libre albedrío, animalillos que cuando están en celo no saben hacer otra cosa. Tampoco nuestros embarazos duran un mes, -¡mira tú qué pena!- y a los pocos minutos de dar a luz no nos “apareamos” como les ocurre a ellos, no.  Nuestras uniones, así como las de otras muchas parejas que conozco, han sido por amor, es así como expresamos nuestra intención de donarnos completamente, y de donarnos siempre, no a cachitos, no sólo en el lecho. 

     En el seno de la Iglesia, a la que hace tiempo consideramos como una madre, en la que hemos sido recreados, que nos quiere y a la que amamos aún con sus pecados, y la que nos ha educado de la mejor forma, habíamos oído hablar de “paternidad responsable” y de “medios responsables lícitos” que algunas parejas habrían de tener en cuenta por sus particulares circunstancias: enfermedad, múltiples cesáreas, niños muy pequeños, paro, situaciones extremas... Sabíamos que no se trataba de tener hijos sin tener en cuenta esta responsabilidad compartida por los dos progenitores, que no se reduce a que uno de ellos, casi siempre la mujer, se atiborre de medicamentos orales o locales que atentan contra su salud física y más aún psíquica, o se someta a cierto tipo de cirugía, casi siempre de proceso irreversible, considerando, de este modo, el embarazo no como un inicio de vida sino como una enfermedad. Pues es característico, aún hoy con las mejoras de la farmacología, que la usuaria pueda padecer ansiedad, depresión, dolores de cabeza, aumento de peso y cambio en el metabolismo alimentario, aparición de tumores malignos, sobre todo si es fumadora, etc. etc. Si, en menor número de casos, "castramos" al varón estaremos ante un aumento de peso, pérdida del apetito sexual, amén de numerosos trastornos emocionales y psicológicos, como aversión a su pareja a quién llega a considerar culpable, etc.  Y en el caso de que queremos arreglarlo con un preservativo nos enfrentamos a no disfrutar de la relación en plenitud, a frigidez en la mujer y todo sin seguridad de que no se produzca el embarazo.

     Con esta formación y más o menos ganas de tener nuestra prole -pues para nosotros no se trataba de ganas o realizaciones personales por satisfacer, sino de algo más profundo- no nos atraía la idea de incorporar a nuestra vida matrimonial todo el elenco antes citado. En las ocasiones en que mi marido y yo hemos discernido distanciar un embarazo de otro, siempre hemos llevado esta inquietud a la oración o hemos consultado a otras parejas para no errar. Pues errar en lo concerniente a la vida es muy chungo. Sabíamos que paternidad responsable tampoco es buscar irresponsablemente embarazos en casos delicados de enfermedad, falta de fuerzas o recursos para educar y criar a los hijos ya nacidos…y pensar que Dios hará uno de sus milagritos no dándonos el hijo que hemos “encargado”. Aunque, estoy segura de que Dios, luego ayuda siempre. Y así, en algún momento de nuestra vida matrimonial hemos acudido a la observación sintomatológica del ciclo menstrual, aplazando la relación, no más de lo que suele hacerse por motivos de trabajo, pongamos el caso de turnos nocturnos, de comerciales que salen toda la semana de casa, etc. A sabiendas de que esta manera de hacer, a su vez, conlleva un respeto mutuo por la situación biológica en la que se encuentra la mujer y unas ganas de que llegue el día siguiente. Un conocimiento exhaustivo del funcionamiento del cuerpo y de la psique de la mujer, dependiendo del momento del ciclo en el que se encuentre por parte de ambos, porque aquí trabajan los dos, no se trata de coger un vaso y tomar una pastilla. Una creatividad extraordinaria para no renunciar a seguir expresándose el amor que se tienen, mayor ternura, crecimiento personal, madurez para seguir funcionando como pareja... La Iglesia, a este tipo de medios les llama lícitos porque no suponen fraude ni para la mujer, ni para el hombre, ni para la procreación, porque no cierran la puerta a que aparezca una nueva vida, pues incluso dejando de tener una relación que consideraríamos fértil en un momento verdadera y sopesadamente inapropiado, la Naturaleza no es tuneada, como con los medios que se aplican contra la concepción. Curiosamente, la mayoría de ellos surgieron para dar respuesta a los problemas de infertilidad.

     El acto de amor debería ser siempre una donación completa, un decirse el uno al otro que se aman y se entregan completamente. Así, es un poco esquizofrénico decirnos lo mucho que nos amamos -pero ponte el preservativo que no quiero tu esperma, o ¿te habrás tomado la pastilla, no sea que haya algún óvulo tuyo que nos fastidie la relación?- o bien manifestar que nos entregamos totalmente, y al mismo tiempo reservarnos nuestra capacidad de cooperar en la transmisión de la vida. Porque a fuerza de repetir la mentira, muchas parejas han muerto en el intento. No hemos cerrado la puerta a la vida en nuestros actos de amor, entendiendo siempre que amor y procreación van unidos. Usando de la prudencia, virtud probada como dice San Pablo, en ocasiones consideramos conveniente, para nosotros o para nuestros hijos ya nacidos, no unirnos, aunque “estuviéramos en celo”, utilizando el símil de los conejillos, porque somos conscientes de que tanto el hombre como la mujer estamos por encima del mismo, porque sabemos que no lo somos. Como consecuencia de nuestros actos de amor, a veces han surgido embarazos llevados a término, otras no, pero siempre han sido concepciones que no hemos abortado, al contrario, hemos cuidado de esos hijos desde el primero hasta el último día. Y es así como nuestros hijos, unos han llegado a este mundo, y otros nos esperan en el cielo.

     Pero hay también otro tipo de paternidad responsable, y supone que el hecho de tener menos de tres hijos -según los técnicos- no garantiza el relevo generacional. No quiero decir que con tres ya se "cumple", o que haya parejas que no puedan tener tres hijos, e incluso ninguno –pues los hijos son un regalo de Dios, no un derecho-, sino de que una media de tres garantizaría un mejor futuro para todos.

    En este caldo de cultivo se ha ido desarrollando nuestra vida matrimonial, a veces con más fortaleza, otras con más debilidad, unas veces con más seguridad, otras con más “incertidumbre”, siempre ayudados de personas concretas, de la Iglesia. De este modo hoy podemos observar a nuestros 7 hijos, con el convencimiento de que son algo de una belleza inefable, un tesoro inmerecido, un regalo que Dios nos ha confiado, aún a sabiendas de que tanto mi marido como yo somos unos pobrecillos. Si en algún momento, asociado a sus adolescencias, consideré a alguno como un problema, hoy he de afirmar que un hijo es una persona, y una persona nunca es un problema sino un regalo, o a lo sumo un misterio. Qué felicidad más grande sería para nosotros, si llegados a la ancianidad, pudiéramos contar con ellos, como si de ángeles que nos cuiden se tratara. En la vejez  y en las canas, cuando nos vayan faltando las fuerzas… Está por ver.

    
     M Carmen Fernández Fernández

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