PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

jueves, 15 de noviembre de 2018

Habría que comenzar a pensar de otra manera sobre la vida, a valorar la maternidad y la paternidad. Una reflexión, con serenidad y con tiempo, sobre el descenso de la natalidad (II)

Una reflexión, con serenidad y con tiempo, sobre el descenso de la natalidad (I)

 ... De este modo nos hemos encontrado diferentes realidades: unos jóvenes que delegan el cuidado de sus hijos en los abuelos, porque las jornadas de trabajo son incompatibles con el mismo, otros declaran no estar dispuestos a tener hijos que se críen en guarderías y sean formados por unos “terceros”, algunos, descreídos totalmente de las bondades de este mundo nuestro, afirman no desear traer hijos a él, y están también los más esperanzados, que aguardan “mejores tiempos” con el consabido miedo a que se les “pase el arroz”.
     
   Ante esta situación, pienso yo, que debería de producirse no sólo un cambio en las políticas familiares –si es que estas existen- sino fundamentalmente cultural. En una sociedad envejecida, habría que comenzar a pensar de otra manera sobre la vida, a valorar la maternidad y la paternidad, no sólo como objeto de satisfacción personal en el seno de la familia, sino como un bien social y económico para todos. Y en consecuencia optar por las mejores políticas de conciliación: las orientadas a lograr la flexibilización horaria, el trabajo no presencial, al menos durante algunas horas de la semana; y, sobre todo, las dirigidas a facilitar a los jóvenes trabajos remunerados con salarios dignos, que les permitan formar su propia familia, y con una cierta estabilidad laboral que les favorezca también asumir responsabilidades familiares a largo plazo, como es el tener hijos. 

     Pero la persona humana lo es en más dimensiones que la social o la económica. También se mueve a niveles más sensibles, entre los que pueden estar los relacionados con su intelecto, su psicología, sus creencias religiosas… Han corrido unos siglos en los que todos estos espacios de la vida de los hombres y mujeres han sufrido, diría yo, como una mutación. De manera que, en general, hoy no se piensa como hace unos siglos, también ha habido quién se ha encargado de modificar nuestra psique  -aunque con menos resultado que en el intelecto, pienso-, y en lo que a la fe cristiana se refiere, hemos asistido a la descristianización de Europa. Y así ese “creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” del libro del Génesis, o el sentimiento de tener hijos, no sólo para vivir esta vida, sino con miras a la eternidad,  son ideas consideradas obsoletas y más bien rancias hoy día. Como lo es la idea de sufrir el sacrificio inherente a la maternidad o paternidad, que parece ser de lo más arcaico, pues nuestra cultura actual ha borrado del diccionario, entre otros, los vocablos sufrimiento, sacrificio, esfuerzo… Y así, muchas personas han optado por tener menos hijos, para así, mantener un mejor nivel de vida y una existencia más cómoda.

     Concretamente en nuestro país nada –salvo tal vez la Iglesia- parece haber estado orientado a favorecer la natalidad, sino a su control. Llevamos décadas asistiendo a un cine que presenta familias con muy pocos hijos y nuestra televisión, así mismo, nos ha publicitado cualquier producto utilizando familias con uno o dos hijos – aunque ya, tímidamente,  y tras contemplar las orejas del lobo, va apareciendo alguno más-. Si nos detenemos en la educación, yo he sido testigo de cómo los libros de texto de los niños presentaban familias con un número de hijos reducidísimo: uno o a lo sumo dos -“la parejita” que solemos decir-. En medicina, mientras se abrían los consultorios para ayudar a las parejas que habían decidido limitar su procreación, con un control de natalidad efectivo, a las personas que habían optado por no restringirla, e incluso habían resuelto tener una gran descendencia se les trataba como irresponsables.

     A mi modo de entender, una generación que no transmite vida es una generación sin esperanza, sin compromiso con el resto de conciudadanos y con los que han de venir. En mi opinión, una sociedad muy pobre, pues frente a una cultura donde la vida no esté ya presente solo puede existir una cultura donde se mastique la presencia de la muerte, y esa es la que sufrimos actualmente.

     No obstante todo lo mencionado, yo no creo que se trate de un proceso irreversible, ni mucho menos. Si las políticas públicas cambian, si la prioridad es fomentar políticas de conciliación entre vida laboral y vida doméstica, la ética laboral y antinatalista de los jóvenes y de la sociedad pueden ser reversibles. Así lo espero, sobretodo porque soy consciente de que nuestros jóvenes están muy bien formados, sienten el deseo de tener descendencia y reconocen que el mayor bien que aporta un hijo lo hace a sus padres. 

     Y ya puesta a manifestar mis opiniones, relataré también la que ha sido mi experiencia de apertura a esa aventura increíble que es la transmisión de la vida. Y lo haré como madre de 7 hijos nacidos –más otros cuatro que no llegaron a nacer y a los que recuerdo casi todos los días-, y abuela de cinco preciosos nietos... (Será en la próxima entrada) 

M Carmen Fernández Fernández 

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