En la Parroquia, una fiesta familiar. |
Es ésta una situación que me inquieta considerablemente, pues cualquier ciudadano o ciudadana a quién le interese el futuro de su país, de las nuevas generaciones -entre las que se encuentran nuestros hijos y nietos- entiende la obligación contraída de transmitir nuestro legado en mejores condiciones que lo hemos recibido de nuestros padres. Y la realidad nos indica que esto no va a ser así.
Pero al margen de este desasosiego personal, he de decir que existe realmente una preocupación por este tema. Economistas y sociólogos valoran la negatividad de que cada vez vengan menos niños a nuestro mundo. Los primeros pretenden hacernos entender que un sistema económico como el que disfrutamos en nuestro país tiende a desaparecer, desde el momento en que el llamado esquema económico de pirámide se está invirtiendo a pasos agigantados. Si lo satisfactorio es que los trabajadores activos lo sean en más número que los pasivos, estamos viendo cómo ha cambiado la situación, y en breve habrá más cantidad de jubilados que de ciudadanos trabajando, lo que provocará una situación económica insostenible, al menos según el modelo vigente. Nuestros jóvenes ya casi dan por sentado que no disfrutarán de una jubilación decente cuando termine su vida laboral activa, porque no habrá quién la sustente.
Siendo este un tema tan candente, hay muchos que sostienen que la falta de natalidad en nuestros jóvenes es una realidad que hunde sus raíces en un problema de políticas económicas, y lo atribuyen a la falta de mercado de trabajo o de la estabilidad en el mismo. El 25% de la población española, los nacidos entre 1980 y 2000, están renunciando a ser padres por dificultades económicas o laborales. Son muchas las mujeres jóvenes que se enfrentan a entrevistas de trabajo en las que se les pregunta si piensan quedarse embarazadas, lo que les hace pensar que desaparecerán del mapa laboral si tienen un hijo y disfrutan de su asociada baja laboral. Declaran que les hacen elegir. Realmente hay un problema de horarios y de conciliación y las que deciden ser madres manifiestan que se sienten juzgadas.
De otra parte está el aspecto sociológico. El colectivo femenino ha desarrollado históricamente este rol desde las épocas de las cavernas, cuando el hombre salía a cazar y la mujer se quedaba en la cueva cuidando a los hijos o recolectando bayas. La razón de esta división del trabajo se debió a la capacidad que cada uno tenía mejor desarrollada. El hombre, al ser físicamente más fuerte, era el encargado del trabajo físico y la mujer, al ser biológicamente la portadora por 9 meses de los hijos, debía mantener una vida tranquila. Por eso, en las sociedades más tradicionales, la mujer sigue encargándose del cuidado de los hijos en casa. Pero la figura femenina ha venido cambiando, igual que cambian otros aspectos de la cultura. Por ejemplo, el derecho al voto permitió el acceso de la mujer a la política y a la incidencia que puede tener en el Estado. Otro cambio importante se vio claramente en la Segunda Guerra Mundial pues cuando los países debieron enviar a sus hombres a la guerra, los trabajos que anteriormente desempeñaban éstos, fueron ejecutados por las mujeres. Así, ellas pudieron acceder a trabajos que tradicionalmente no desempeñaban y demostraron su capacidad de realizarlos.
Son muchos los sociólogos que coinciden en que esta problemática comienza cuando la mujer sale de su entorno, la casa, y se dedica a realizar otro tipo de trabajos, y piensan, así mismo, que el acceso a este mercado en las últimas tres décadas en España ha sido mucho más rápido que en muchos otros países europeos. Por ejemplo, las mujeres treintañeras no trabajaron fuera de sus hogares hasta los años 80. El salto es enorme: se pasa de la inserción del 30% de mujeres en el mundo laboral en 1980 a un 85% en 2012. Este cambio tan rápido dificulta que las mujeres encuentren el momento de formar una familia, especialmente dada la incertidumbre económica del sur de Europa.
Hay quienes hablan de otro aspecto a destacar, y que marca mucho la realidad en nuestro país, que consiste en que nuestras parejas masculinas no están a la altura de sus homólogos en el norte de Europa, en lo que respecta al cuidado de la casa y de los hijos. Las expectativas de las mujeres respecto a los hombres han crecido, pero ellos no han cambiado tan rápido como ellas.
Pero, aun teniendo en cuenta cierta implicación de los hombres en los trabajos del hogar, las políticas familiares de conciliación de la vida laboral con la familiar han brillado por su ausencia. Y si un gobierno no contempla la dimensión de futuro de un país, sería -pienso- demasiado pedir que lo hicieran los ciudadanos de a pie, para quienes, por otro lado, su mayor ocupación consiste en buscar y mantener un empleo que les permita, a ellos y a los suyos, llevar una vida lo más digna posible.
A mi entender, probablemente no podamos hacer responsable de esta bajada de natalidad a un solo factor de los mencionados. Tal vez se haya producido una mezcla de todo: el rápido ingreso laboral de la mujer ha sido un factor determinante de la tendencia de las nuevas generaciones a no tener hijos, pero a esto hay que añadir que esto se ha desarrollado en tiempos de inseguridad laboral, con nulos o escasos ajustes por parte de las políticas públicas de familia y por la ausencia o insuficiencia de apoyo por parte de los hombres hacia las mujeres en los hogares.
(Continuará en próximas entradas)
M Carmen Fernández Fernández (madre de 7 hijos)
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