Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor. (Ef 1,3-4)
Desde la eternidad nosotros fuimos y somos amados por Dios. Ni pensar siquiera en algún mérito previo por nuestra parte. No hemos hecho nada para merecer este amor. Aquí reside la pura liberalidad de Dios; para amarnos, no sólo como criaturas, sino como hijos, con amor paterno, nos ha elegido desde la eternidad «en Cristo Jesús». Esto quiere decir: desde siempre nuesta vinculación al pensamiento divino pasaba por Cristo Jesús y sólo por esta unión con Cristo podemos ser digno del amor del Padre.
Los cristianos hemos recibido la buena noticia (el Evangelio) de que Dios nos ama y el encargo o la misión de anunciarla.
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