Él todos los bautizados somos
un pueblo sacerdotal. Y Él mismo ha querido escoger algunos en particular para
hacer visible en la Iglesia y en su nombre el oficio sacerdotal, para el bien
de todos.
Sacerdote significa ser mediador entre Dios y
los hombres, poder hablar a los hermanos en nombre de Dios y sobre todo poder
presentarse ante Dios en nombre de los hermano. Solo Jesucristo viene de Dios y
puede hablarnos de Dios; solo Él puede conducirnos hasta Dios e interceder por
nosotros. En el Nuevo Testamento no hay más sacerdocio que el de Cristo. Por
eso, después de Cristo, no hay una familia ni una casta sacerdotal. Nadie es
sacerdote por sí mismo, el sacerdocio verdadero, eficaz, definitivo es sólo el
de Cristo, y los demás somos enviados suyos.
Gracias a la elección y al mandato del Señor, los Apóstoles y
sus sucesores mantienen viva en el mundo la presencia de Cristo que se ofrece
continuamente por nosotros en la Eucaristía, el perdón de los pecados…
Nuestra esperanza, nuestra gloria y nuestro Pastor es Cristo.
Es muy importante no dudar al respecto. Sin Cristo todo quedaría privado de
fundamento, de soporte, de razón de ser. Un sacerdote es, ante todo, un fiel
cristiano. Quien desempeña este
ministerio no debe olvidar dos cosas: que es cristiano y es también pastor.
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