Domingo XXV. La fuerza misteriosa de la cruz

   Frente al gran plan de salvación de Dios, que conlleva el abajamiento de Cristo hasta la muerte, los discípulos andan por otros derroteros… se preguntaban qué beneficios iban a obtener o que consideración. Lejos del camino marcado por Jesús.

   Cuando Jesús explica el misterio de su pasión, siempre desconcierta por la generosidad, por la gratuidad de su entrega… y los discípulos no entienden nada, no se atreven a preguntar…

   Para muchos cristianos hoy, la cruz, es un símbolo inofensivo, insustancial, sin importancia. En tiempos de Jesús la cruz no era un símbolo sin importancia, era una realidad brutal, terrorífica. Crucificar era: dejar a uno en un dolor insoportable hasta que muera y luego ser devorado por las aves de rapiña. Estaba, de hecho, para aterrorizar a la gente, y de hecho aterrorizaba. ¿Os acordáis como acabó Espartaco (71-73 a.C.) y los demás rebeldes? Crucificados.
Por eso es extraordinario, que a pesar de la ferocidad del primer siglo los Apóstoles centraran el anuncio del Evangelio en Cristo Crucificado; o como dirá San Pablo: “Yo predico una cosa: Cristo, y Cristo Crucificado”. Esto para nosotros hoy nos parece bien…¡si claro! ¡Cristo crucificado! Pero ponte en ambiente del primer siglo.

   La cruz desde la antigüedad hasta hoy es un desafío a todos los poderes del mundo que quieren usar la coacción para controlar a la gente.
La cruz está siempre ahí, más o menos cerca de cada uno; y eso no es agradable. Lo bueno y amable es la compañía de Cristo. Que transfigura y cambia, hasta lo más duro y destructivo de la condición humana, en algo que es un bien. Transforma la muerte y el suplicio más horrible en la cruz gloriosa.

NOTA: Intento cada semana colgar en el blog unas ideas sobre el Evangelio que serán la base de la homilía del fin de semana. Si me llegan comentarios y sugerencias, intentaré aprovecharlos (canterorojas@gmail.com). Anibal Cantero