PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

sábado, 22 de agosto de 2015

Domingo XXI. "Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella"


 Hoy tenemos el final del capítulo sexto de San Juan. Y sorprende que después de que Cristo realizara un milagro tan grande y anunciara una enseñanza tan profunda muchos de sus discípulos le abandonarán. El Señor siempre nos deja libertad.  
   Suele suceder que nuestras perspectivas sobre Jesucristo y de la fe es demasiado material y solo acudimos al Señor con el deseo de obtener algo a cambio. Jesús dice: no quiero solo daros bienes, quiero que estéis conmigo, que participéis de mi misma vida.
   Cristo se ofrece a nosotros como algo que debe ser comido, masticado, tragado, digerido… «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Él todo entero, sin reserva alguna, se da a cada uno de nosotros, sin restricciones, sin límites… Este propósito de entrega plena hasta la muerte de Jesús, a los discípulos, parecía excesivo, monstruoso, para el Mesías que, más bien, debería intentar alcanzar el triunfo sobre sus enemigos y no la cruz... y, más inadmisible y escandaloso aún, el que los llamara a ellos a comerlo, a digerirlo, a seguirlo en este camino que pasa por la cruz.... Si: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?"

            ¿Quién pude entender en su sano juicio que el camino de la vida sea la cruz? ¿Quién comprenderá con su razón que una enfermedad, que un sufrimiento físico o moral, que el olvido de nosotros mismo, la aceptación -aún a costa de nuestros intereses más profundos- de la voluntad de Dios, pueda ser camino de plenitud?
            No "eso yo no me lo trago", diríamos nosotros. "Es una verdad, una propuesta indigerible". No: algunos de los discípulos, también algunos “cristianos” hoy, no pueden tragar a Jesús. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”.
            Y ciertamente no basta el esfuerzo, la admiración, las buenas intenciones, las buenas costumbres para seguir a Cristo, porque tantas veces los caminos por los cuales nos lleva están más allá de nuestras fuerzas y comprensión. Nos llega a pedir cosa que no estamos dispuestos, no queremos, nos negamos, nos asustamos de dar. No: no bastan los jugos gástricos de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad para digerir a Cristo. Es necesaria la luz que viene del Espíritu Santo, porque mediante el pan que es Jesús no se trata de sostener y transmitir vida humana, sino vida divina. "El Espíritu es el que da vida, la carne, lo humano, de nada sirve..."

          Nosotros, a pesar de que así está dicho en el Evangelio, ya no utilizamos crudamente la expresión 'comer ', 'tragar el pan', sino que hablamos de 'comulgar', “comunión”. Construir juntos, defenderse juntos, hacerse fuertes juntos, vivir juntos, establecer una unidad de vida, una 'común unidad'...

            Cristo se nos da en el pan de la Eucaristía, se nos da en la escritura, en los evangelios, en la enseñanza de los apóstoles… debemos digerir antes que nada pensando, rumiando, ordenando nuestra mente por Él y hacia Él, caminando juntos, apegándonos a Él. No: no basta con deglutir la hostia (y esto no es ninguna palabrota).
   Jesús quiere comunicarnos su vida divina, su Espíritu. Es la fe la que -superando la apariencia de pan que nos pone en contacto con el cuerpo de Cristo- nos hace “una sola carne con Cristo”.

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