QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
LAUDATO SI
Es el título de la
encíclica del papa Francisco sobre la hermana tierra, la casa común, la
naturaleza en la que vivimos y de la que formamos parte. “Alabado seas, mi
Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y
produce frutos con coloridas flores y hierba” (san Francisco de Asís, Cántico
de las Criaturas). Esta naturaleza que habitamos y de la que formamos parte,
esta casa común la ha creado Dios para el hombre, y se la ha confiado al hombre
para que la cuide, no para que la destroce. El cuidado de la tierra, de la casa
común que es la naturaleza, tiene una dimensión ética y religiosa, que el Papa
recuerda para que cuidemos mejor de este gran regalo de Dios. Acerca de este
tema hay una doctrina social de la Iglesia, que el Papa amplía con nuevas
aportaciones en esta carta dirigida a toda la humanidad. La creación entera
está expectante y gime con dolores de parto esperando la plena libertad (cf Rm
8,22). Esa esclavitud proviene del pecado, pues Dios lo ha creado todo bonito y
armónico, pero el pecado del hombre ha trastornado el orden creado por Dios, ha
introducido un desorden que afecta incluso a la misma naturaleza en sus
catástrofes naturales y en su progresiva degradación por la mano del hombre. A
pesar de todo, la creación mantiene su belleza original y espera que el hombre
sea un constructor que la haga más bella, no un destructor que la degrade y la
esclavice más todavía.
El Papa señala problemas concretos, que tienen diversas
explicaciones científicas: el cambio climático y el calentamiento de la tierra,
el agua que no acaba de llegar a todos y es un bien imprescindible para la
supervivencia, la pérdida de la biodiversidad por la que miles de especies
desaparecen cada año a consecuencia de la contaminación. Pero apunta sobre todo
a que estos y otros problemas hay que afrontarlos en una perspectiva integral.
Las cosas no están separadas del hombre que habita esta tierra y el
desequilibrio que padece la naturaleza es un desequilibrio humano y social,
donde los más débiles –naturaleza, humanidad y sociedad– sufren las
consecuencias de este desequilibrio ambiental. Los pobres son siempre los
grandes perdedores de esta injusticia. Por eso, el cuidado de la casa común va
íntimamente unido a la dignidad de la persona y a la justicia social. La
ecología no es solamente la preservación de las aguas o de las especies
animales. Una sana e integral ecología ha de tener en cuenta la armonía de la
pareja humana, pues Dios creó al hombre varón y mujer, y “era muy bueno” (Gn
1,31), y los mandó crecer y multiplicarse para llenar la tierra. La aceptación
del propio cuerpo, en su masculinidad o feminidad, es un elemento esencial de
esa ecología humana. No es sana la actitud que pretende cancelar la diferencia
sexual (n. 155). En los países ricos esa ecología humana está en peligro por el
envejecimiento de la población, por la falta de respeto a la vida desde su
concepción hasta su final natural. El cuidado sobre algunas especies olvida el
cuidado que necesita la especie humana para sobrevivir. El aborto y la
manipulación genética van contra una ecología integral. “Una ecología integral
también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la
violencia, del aprovechamiento, del egoísmo” (230). Se trata de apostar por
otro estilo de vida. La casa común hemos de cuidarla entre todos y en
definitiva el compromiso ecológico viene a ser una cuestión social. De ahí que
el Papa proponga una actitud de sobriedad, que vivida con libertad y en
conciencia, resulta liberadora (n.223). Los santos han vivido esta relación con
la naturaleza como una relación agradecida con el Creador, que ha dejado su
huella en el mundo creado, con un uso moderado y sobrio de los bienes comunes,
que son de todos, y con un sentido constructivo nunca destructor de la
naturaleza que se nos ha dado. El más mencionado es san Francisco de Asís,
“ejemplo por excelencia del cuidado por lo que es débil y de una ecología
integral, vivida con alegría” (n. 10). Acojamos con interés y veneración las
orientaciones del Papa, hagámoslas objeto de reflexión en nuestras catequesis.
El bien común de la naturaleza creada es tarea de todos, y los cristianos
tenemos mucho que aportar en este trabajo común. Recibid mi afecto y mi bendición.
Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba
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