Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad,
los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso
de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna
infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el
rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera
comunión.
Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los
cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes
que vivimos en la infancia. El momento de la primera comunión, con sus
antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte
de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se
vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que
Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre
dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena
y en el cielo para siempre.
Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de
mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden
oscurecerse estas vivencias. Pero la referencia a aquella experiencia
feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de
su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia
de la primera comunión.
A lo largo de mi vida pastoral me he encontrado con casos muy
llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica
religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud
contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una
desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella
experiencia de la primera comunión, reseteando su vida y centrándola en
lo verdaderamente importante. Fueron felices con Dios, conocieron a
Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la
verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera
comunión, que nadie pudo darles nunca.
Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los
catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de
primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en
Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de
Dios para siempre. En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos
niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es
amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre
cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como
si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos.
Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin
pretextos que retardan nuestra respuesta.
Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una
simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa
alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos
niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor
regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la
primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una
sincera confesión fruto de una sincera conversión. Los adultos hemos de
evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les
interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna
otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán
otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos
víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y
puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión.
Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en
Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no
proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros
niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de
nosotros. A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un
esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de
primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña
sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. (Carta semanal de Don Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario