Todos
los sábados a las 17:30 celebramos la Santa Misa con los residentes del CAMF en
la capilla del centro, y está abierta a todos aquellos que quieran acompañarnos. Miembros de nuestra parroquia y las distintas
hermandades del pueblo han comenzado a participar y preparar la liturgia
dominical.
Jesús en su
encarnación, muerte y resurrección nos ha mostrado que todo hombre, sea cual
fuere su color, su raza, su familia, su capacidad, tiene su valor, su dignidad,
su belleza, su importancia.
Cada vez es
más evidente que nuestra sociedad no es excesivamente optimista respecto al
humilde, al marginado, al discapacitado, al anciano, al pobre en general. La
presencia de la debilidad humana desconcierta y llega a ser piedra de escándalo
para muchos. En estos momentos de tanta competitividad, se tiene la convicción,
cada vez más arraigada, de que en esta carrera vertiginosa sólo subsistirán los
más capacitados, los mejor preparados, los más sobresalientes; en definitiva:
los fuertes.
Las personas que, por múltiples razones, no pueden
seguir esta vertiginosa carrera corren el peligro de sentirse inútiles,
desvalorizadas, no queribles, con la sensación de ser un peso para el
resto de la sociedad. Este es el doloroso sentimiento y la experiencia diaria
de muchas personas que se sienten débiles y frágiles entre nosotros.
Muchas
veces el corazón se endurece y apenas hay sitio para la compasión, la ternura,
la comunión. La vida de cada ser humano tiene en el proyecto amoroso de Dios un
valor único, original, misterioso.
La persona, cualquiera que sea, puede experimentar que su vida es deseada particularmente por Dios, que se goza de su existencia, de su respiración. Nadie como un ser discapacitado necesita esta vivencia profunda de sentir su vida deseada, reconocida, acogida. Nadie como él necesita experimentar que su vida es, de verdad, un gozo para alguien, para personas muy concretas, un gozo para Dios mismo.
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