PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

miércoles, 31 de julio de 2019

Testimonio de María Elena: Para un estudiante la mejor forma para disfrutar y descansar en el verano es, dedicarlo una parte al voluntariado y a la evangelización.

Tras finalizar un arduo curso escolar del cual había terminado excesivamente quemada mentalmente, requiriendo un presuroso descanso para poder volver a pensar con normalidad, decidí efectuarlo viviendo un mes de Julio diferente a los anteriores. Mi primera experiencia se desarrolló entre los días 2 y 13 del mismo, en los que pude participar en el “Campo de Trabajo Concepcionista”; un voluntariado cristiano donde tuve la suerte de convivir con los residentes del CAMF de Pozoblanco. Durante ese período de tiempo, junto con un grupo compuesto por jóvenes procedentes de diversos colegios Concepcionistas, una postulante y dos religiosas, realizamos múltiples actividades: salidas de ocio a las terrazas, piscina o COVAP, conversamos, aprendimos, jugamos, reímos, cantamos, bailamos…

Me resulta difícil transmitir en palabras certezas que radican en mi corazón, pero procuraré hacerlo del mejor modo posible.
Recuerdo perfectamente el primer día, cuando llegamos  al centro con el miedo que, siempre, produce la incertidumbre de comenzar algo nuevo, también tengo grabada la imagen de todos los residentes esperándonos con emoción. Aquello me produjo una enorme inseguridad pues no quería defraudarles, pero tampoco entendía qué esperaban de mí que pudiera causar en ellos tal entusiasmo. Increíblemente toda la inseguridad que me inundaba se disipó súbitamente cuando recibí el primer gesto de cariño, seguido de muchos más. Con algo de tiempo descubrí que bastaba una sonrisa, un abrazo o un minuto conversando con ellos para provocar tal cantidad de ilusión que creía sería incapaz de suscitarles.

Imagino que habréis oído la típica frase: “al término recibes infinitamente más de lo que eres capaz de dar”. Antes de iniciar esta sublime experiencia yo también la había escuchado en repetidas ocasiones, pero no llegaba a asumirla por completo, pensaba que eran sencillamente palabras de manual que por alguna razón todos habían memorizado y repetían sin más, pero hoy sin lugar a dudas, puedo asegurar que es totalmente veraz. Yo apenas podía ofrecer mi amor, presencia y cariño, y teniendo en cuenta que soy una persona bastante tímida e introvertida, sabía que apoyándome en mis fuerzas ni siquiera sería capaz de ello.

Ya desde el primer día me dijeron que esto no consistía en dar, sino en compartir; dar y recibir, pero lo poco que yo he ofrecido resulta insignificante comparado con todo cuanto me ha sido entregado. Me considero alguien con tendencia a vivir encerrada en sí misma, sin saber expresar aquello que siente, por lo que me ha resultado difícil comprender el alcance que esta experiencia ha supuesto para mí, no acertando a explicar con claridad cuánto he sido capaz de aprender, pues ni siquiera yo llego a saberlo. Cada día, cuando pretendo enfrentarme a cualquier situación cotidiana, la afronto de manera totalmente diferente, influenciada por las vivencias de estos días.


Si tuviera que definir lo vivido con palabras, diría que he aprendido a amar, a abrazar, a no perder las ganas de vivir, a afrontar la dificultad sin protestar, a preocuparme por los problemas de quienes me rodean relativizando los míos. En definitiva, sabed que me han enseñado a vivir, algo que ya jamás olvidaré.
Nunca había apreciado la belleza de una sonrisa, y ahora puedo asegurar que es algo impresionante. Durante estos días he sido capaz de contemplar miles de ellas dirigidas a mí, y he llegado a llorar de alegría tan solo observándolas, porque hay algunas sonrisas que realmente merecen la pena. Conviviendo con personas que tienen tanto para dar, personas que sólo necesitan alguien dispuesto a recibir el increíble regalo que supone su cariño, preocupación o simplemente su presencia, me es imposible no replantearme mi forma de vivir la vida. A menudo protesto porque me falta esto o aquello, y he podido comprender que un simple gesto, o una sencilla mirada pueden convertirme en la persona más feliz del mundo. Es una alegría inefable que hasta ahora no había sido capaz de experimentar. 

Tras esta entrañable vivencia viajé a Valencia, para formar parte entre los días 15 y 23 de un grupo de jóvenes del ECyD, el movimiento juvenil de Regnum Christi, provenientes de distintos lugares de España e incluso otros países como Italia, Venezuela, Argentina, EEUU o México, con quienes viví una experiencia misionera. 

Durante estos días, divididos en grupos, realizamos diferentes apostolados. Visitamos la fundación Altius, la cual ayuda a familias en exclusión, y jugamos con los niños que allí se encontraban. Además organizamos varias “operaciones kilo” con las que recaudamos alimentos que entregamos en las casas de dichas familias. También compartimos nuestro tiempo con los ancianos de la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y con los residentes de Cottolengo, un centro similar al CAMF para personas sin recursos, y durante una tarde recorrimos Valencia hablando con personas sin hogar y repartiéndoles bocadillos.
En estos días participamos de la Eucaristía diaria y diversos momentos de oración. Además realizamos diferentes misiones evangelizadoras, entre las que se encuentra “SolNight”, en la Iglesia de Santa Catalina. Allí recorrimos los alrededores de dos en dos, invitando a los transeúntes a entrar a la adoración y tener un rato de oración. Me asombró enormemente la cantidad de gente que se acercaba, máxime grupos de jóvenes. 

En numerosas ocasiones me han repetido: “Si el verano es para descansar, ¿por qué en lugar de estar en la playa lo pasas así?”, pues por algo muy sencillo, en primer lugar aún me restan casi dos meses en los cuales, después de esta alucinante experiencia, no sé cómo llenaré los días, y en segundo lugar supongo que cada uno emplea su tiempo libre en aquello que le hace feliz, y como ya he explicado anteriormente, no he experimentado mayor alegría de ningún otro modo. Como cristiana, baso mi fe en la cruz, donde Jesús murió como muestra de amor. Esta se compone de dos palos, uno vertical dirigido al cielo, a Dios y a su amor, y otro horizontal dirigido a las personas que me rodean en el día a día. Sin alguno de estos dos palos, la cruz dejaría de tener el inmenso valor que tiene. De nada me sirve amar a Dios y olvidarme de quienes tengo cerca y de su sufrimiento. Amar a los demás poniendo a Dios en medio, es una auténtica pasada.

A medida que termino de escribir la experiencia vivida estos días, me voy percatando que me falta algo por transmitir,  porque puedo explicar las actividades que he realizado o aquello que las mismas han supuesto para mí, pero no contagiaros lo que he vivido o sentido, eso es algo que os toca a vosotros. Me gustaría invitar a todo aquel que tenga la oportunidad, a realizar experiencias como estas, porque aquí he podido descubrir que verdaderamente Dios se encuentra en el prójimo, y que haciendo felices a los demás es como Él nos hace felices a nosotros.

                                                       María Elena González (16 años)  

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