Por la vida, muerte y resurrección de Cristo se ha sembrado en nosotros, en el bautismo, la vida divina, la vida eterna. Una Presencia que le da un sentido distinto a la vida.
Siempre que venimos a la Iglesia no venimos para decirle al Señor lo buenos que somos, ni venimos sólo para pedirle que nos haga buenos. Venimos a recibir Su Regalo. Él nos regala su Espíritu para que esté en nosotros, para que nos acompañe, para que Él venza en nosotros. A nosotros siempre nos termina venciendo el mal, de una manera o de otra: unos en el egoísmo, en otros la lujuria o la pereza, o la ira… No son tantas formas. Son siete y se repiten. No hay cosa que se repita más que los pecados. Es la santidad la que es muy creativa, y el amor. El amor es muy creativo. Pero la falta de amor, que eso es el pecado, es siempre muy aburrido, muy repetitivo, no tiene ninguna imaginación, ninguna.
Cuando el Señor nos dice “Te quiero”, aunque los gestos sean muy pequeños (hacer esa señal de la cruz, el agua, la luz…) el Señor viene, y eso puede cambiar la vida. Cuánto bueno puede pasar por una sonrisa y cuánto malo puede pasar por negar una sonrisa. Detrás del gesto, va el amor. Y en los gestos del Bautismo va el Amor infinito de Dios, por cada uno de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario