PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Travesía en alta montaña de Sierra Nevada

A continuación os dejo la experiencia de la travesía en alta montaña de Sierra Nevada, de un hermano en la fe, que este verano ha hecho con cuatro de sus siete hijos. 
Por el trabajo que realiza, Miguel Ángel Molinero, a partir de esta excursión ha querido dar ideas y sugerencias para emprender con éxito en la economía real. Pero aquí lo relacionamos con el camino de la fe…

Hace siete u ocho años que rondaba por mi cabeza repetir la travesía en alta montaña de Sierra Nevada que hacía treinta años atrás, cuando tenía 24 o 25 años. ¿Por qué este verano de 2018 mis pensamientos se han convertido en acción? No lo sé. Lo que si sé es que con el deseo no basta, es preciso ponerse en camino para que se materialice aquello que queremos.

La aventura no parecía fácil. Treinta años más en el cuerpo para una ruta de 50 kms en alta montaña no era el mejor augurio, pero algún motor interno desconocido me decía, “este año si”.

El reto requería planificación, análisis de necesidades para tres días sin las comodidades de la civilización, identificación de la mejor ruta, horarios de los transportes públicos que nos dejarían en el punto de inicio y nos recogerían del final de la ruta a pie… y todo ello, en equipo, acompañado de cuatro de mis hijos. Muchachos de su tiempo, fornidos por el crossfit y otros deportes similares. Sin duda, iba bien acompañado, no tenía nada que temer.

El inicio de la ruta como siempre, ilusionante para todo el equipo, pero tras los primeros diez o doce kilómetros relativamente exigentes, las primeras dudas sobre las indicaciones del líder (en este caso yo). ¿Seguro que vamos por el camino correcto? ¿Hace tres curvas que nos dijiste que se vería el Mulhacén y aún no vemos ninguno de los grandes picos?… Es cierto que hacía treinta años que pasé por allí y eso sin duda te hace olvidar detalles, pero además de mi memoria contaba con plano, rutas descargadas de Wikiloc y mi sentido de la orientación.

Mi liderazgo era cuestionado y la situación amenazaba con motín.


El providencial encuentro con el segundo puente, perfectamente indicado en mi plano y el correspondiente baño, aplacaron los nervios y nos permitieron avanzar hasta el punto de destino para la primera jornada, eso si, la tropa, que no conocía aquella ruta, se cuestionaba ¿qué pintamos aquí?, aún queda mucho itinerario por delante y no podemos volver atrás. Sólo queda avanzar.

Si algo caracterizó nuestra forma de vida en el itinerario fue la austeridad. Benéfica y purificadora austeridad, tantas veces rechazada en la sociedad en que vivimos y que tanto nos enseña. La comida necesariamente debía ser frugal, es preciso dosificar el agua, las piedras son tus compañeras durante el día y durante la noche… ¡Qué importancia tienen cosas cotidianas en las que raramente reparamos!

En la segunda etapa salvaríamos un desnivel de más de 1.100 metros en unos seis kilómetros. La sensación era de estar subiendo una interminable escalera que exigía, a consecuencia de la falta de oxígeno y el esfuerzo, realizar paradas cada veinte o treinta pasos.


Tras más de seis horas caminando hasta la Laguna de la Mosca, una imagen paradisiaca, una verde pradera rodea a la laguna de origen glacial de gélidas y transparentes aguas, muchas cabras montesas pastando tranquilamente junto a nosotros. Por un momento sensación de paz, quietud, satisfacción del esfuerzo realizado y el reto alcanzado.
Una mirada atrás me devuelve a la realidad, “pájara” generalizada en la tropa. Mareos, vómitos… por un momento pienso “¡Ay madre! ¿cómo resuelvo la situación?” Mil cosas pasan por la cabeza, habremos comido algo en mal estado, bebido agua contaminada… nada de esto, el esfuerzo realizado y el exceso de agua bebida en el ascenso que, al tener poco contenido en sales, no acaba de quitar la sed y te induce a beber más, fue el peligroso cóctel que produjo la debacle.

El peso de la responsabilidad cae sobre mis hombros.

Quietud, sombra y algo de agua, obraron el milagro y en unas horas todos recuperados.

A la caida de la tarde, una pareja de montañeros en dificultad, Antonio y Alicia, nos pidieron ayuda. Habían perdido la ruta y no tenían los medios necesarios para pasar la noche. Agradable velada juntos compartiendo experiencias. La montaña te da excelentes ocasiones para conocer excelentes personas.

Noche con algo de viento que nos hacía pensar que algún animal desde fuera quería darnos las buenas noches. Recuerdos de la ruta e ilusión por la última jornada que finalizaría con un adecuado “homenaje” en Capileira.

Madrugamos para salir pronto tras recoger las tiendas y todas nuestras pertenencias. Ascenso hasta la cuerda del Mulhacén tratando de no perder un incierto camino entre inmensos bloques de pizarra que hacían parecer aquel un paisaje lunar. A unos 3.200 metros ya sólo quedaba bajar. Despedida de nuestros compañeros que continuarían hacía la estación de esquí y nosotros, por una senda bien marcada, hacia Capileira.




Diecinueve kilómetros de descenso duro y casi sin paradas, dejan nuestro cuerpo molido. Te compensa el paisaje, los arroyos en los que disfrutamos de un merecido baño en aguas purísimas y la gratificante sensación de que estás culminando un reto.

¡Al fin, Capileira! Ducha, plato alpujarreño en el Mesón Poqueira y cama.



(Lo que siguen ya es una adaptación nuestra, el original lo puedes ver aquí)

Tres jornadas sin cobertura, miles de pasos y tiempo de reflexión me han permitido identificar ciertas similitudes y claras enseñanzas para la vida cristiana.

1. Nunca es tarde. Mientras estamos vivos nunca es tarde para un encuentro personal con Jesucristo. Solo es cuestión de salir de nuestra zona de confot. Dice San Agustín dirigiéndose a Dios: “¡… Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste y con tu tacto me encendiste en tu paz”.

2. El movimiento se demuestra andando. La fe necesita expresarse, compartirse, entregarse al otro... y eso difícilmente es posible viviendo en una relación con Dios individualista o en asambleas donde el otro es un desconocido. Dice un proverbio africano: “Si quieres ir rápido ve solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado”.

3. Planifica la ruta. “Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes”. (San Juan de la Cruz). Alicia, la del país de las maravillas del famoso cuento de Lewis, pregunta al gato de Cheshire en un cierto punto qué camino debía tomar. Cheshire le contesta: “Eso depende mucho del lugar adonde quieras ir. Si no sabes a dónde quieres ir, no importa qué camino sigas”. La vida cristiana no se improvisa, sino que es intencionado y disciplinado. No se puede alcanzar en la vida nada verdaderamente grande sin disciplina y método, y esto se aplica también a la vida de fe. 

4. Aquellos que nos ayudan a vivir la fe también son humano. Evangelización es “un mendigo diciendo a otro mendigo donde encontrar pan”. Jesucristo el Pan de Vida y Agua Viva.

5. Cada cual lleva su ritmo. Cada uno tiene sus propias habilidades y limitaciones, conocerlas es fundamental para no desanimarse ni juzgar a nadie. 

6. Como tratar las “pájaras“. No es infrecuente que en el camino de fe surge también el cansancio, el desánimo, una crisis. Ante esto, ¿qué hacer? Serenidad, quietud, pedir ayuda... “En tiempo de desolación no hacer mudanza” (San Ignacio de Loyola).

7. No te pierdas el paisaje. No nos fijemos solo en el trabajo que supone la vida cristiana, sino que es al mismo tiempo luz que nos guía y nos muestra un camino y un sentido. Nos encontramos en una situación similar de los primeros cristianos. Ser cristiano, de nuevo, no es ser popular. Es arriesgado, costoso, difícil, pero a la vez emocionante y muy gratificante.

Tres días de caminatas y bastante tiempo por encima de los 2.000 metros fortalecen y aumentan los glóbulos rojos. La fe también te lleva a vivir intensamente…

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