Una de las cosas que más me ha impresionado de nuestro noviazgo es que, como Myriam y yo nos hemos cruzado con Cristo, se crea una comunión muy fuerte en torno al perdón. Pudimos abrirnos muy pronto el uno al otro respecto a nuestras debilidades y flaquezas, y yo pude ver que delante de mí había alguien que ya se había sentido perdonado por sus pecados, y que gracias a eso, no se escandalizaba de mis limitaciones y me acogía de igual forma. Es una manera de experimentar profundamente el amor de Dios a través de otra persona.
La fe también me ayuda mucho con la castidad. Parece que no está de moda ser casto en el noviazgo pero yo lo veo como una gracia, que me permite conocer a Myriam en toda su profundidad y complejidad, sin engancharme en afectividades desmesuradas que nublen el buen juicio. El noviazgo es el momento para conocer cómo es la otra persona y descubrir si es quien Dios quiere para ti, y hace falta tener discernimiento.
Ambos sabemos que hacer la voluntad de Dios es lo mejor, es un camino seguro, es estar unido a la vid como los sarmientos para dar fruto… por lo que intentamos alimentando nuestra fe: vamos a misa juntos todas las tardes que podemos, rezamos juntos el rosario cuando tenemos un hueco, tenemos un contacto frecuente con la Palabra, pedimos constantemente el uno por el otro, y todos los días antes de irnos a nuestras casas le pedimos a Dios que nos bendiga rezando un Padrenuestro.
Sé que todo esto es una gran inversión para crear el proyecto de vida que queremos poner en común, y que hace (y hará) posible el amor, el perdón entre nosotros cuando las cosas se tuercen un poco. Ya hemos experimentado durante el noviazgo que, aunque ha sido maravilloso, también ha acarreado sus discusiones (necesarias).
No hay nada mejor que un corazón tocado y enternecido por Cristo, que se ablanda enseguida después una distensión. Nosotros lo hemos experimentado.
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