Santo Tomás, en la actualidad, encuentra muchos imitadores, su mellizo, no sólo cuando declara que no cree, sino también en aquel magnífico acto suyo de fe que le lleva a exclamar, y que lo repetimos en cada Eucaristía después de la consagración del pan y del vino: «¡Señor mío y Dios mío!».
No olvidemos que la fe es un don, no un mérito, y como todo don no puede vivirse más que en la gratitud y en la humildad. Y esta fe la recibimos de la Iglesia, y participando de la vida de la comunidad cristiana crece y se fortalece.
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