Si el Señor nos ha bendecido con toda clase de bienes materiales y espirituales, no podemos quedar sin respuesta ante las necesidades de los pobres que viven entre nosotros.
Precisamente ayer, me he quedado sorprendido al visitar a una pareja de ancianos que viven en absoluta pobreza, a pocos metros de la parroquia… No me detengo en describir la situación. Simplemente os animo a que cada uno tengamos un pobre al que ayudar tanto económica, afectiva y espiritualmente. Las obras de caridad que hacemos no son para sentirnos mejor, sino para ayudar...
Decía la Madre Teresa de Calcuta: “…Contentaos de hacer lo que está en vuestras manos para resolverlos aportando vuestra ayuda a los que tienen necesidad de ella. Algunos me dicen que haciendo caridad a los demás descargamos a los Estados de sus responsabilidades hacia los necesitados y los pobres. No me quiebro la cabeza por eso… hago simplemente todo lo que puedo hacer, el resto no es de mi competencia.
¡Dios ha sido tan bueno con nosotros! Consideramos que servir a los demás es un privilegio. Sabemos bien que nuestra acción no es más que una gota en el océano, pero sin nuestra acción esta gota faltaría”.
Si piensas: no conozco a ningún pobre para ayudar. Te podemos presentar alguno… para que él, a su vez, te ayude a ti... Los pobres, decía San Agustín, son, si lo deseamos, nuestros correos y porteadores: nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes en la morada que se está construyendo para nosotros en el más allá.
“En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25,40)
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