PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

jueves, 26 de octubre de 2017

En la confesión encontramos un buen equipo de asistencia: el sacerdote, el Espíritu Santo y Jesucristo.. ¿Qué más quieres?

Juan Pablo II conversando con Ali Agca,
el hombre que intentó asesinarle en 1981.
Cuando hace tiempo que uno no se ha confesado tiene muchas dudas: ¿cómo se hace?, ¿qué decir?, ¿qué me dirá el sacerdote?, ¿se molestará?, ¿me reñirá?, ¿me juzgará?, voy a quedar fatal si hago una sincera confesión, etc…

Nada de eso. Dejémonos llevar por el Espíritu Santo. Orar en el templo, hacer un buen examen de conciencia antes de ir a la confesión, y una vez que nos acercamos al sacramento, encontraremos un buen equipo de asistencia: el sacerdote, el Espíritu Santo y Jesucristo.. ¿Qué más quieres?

Primeramente, no podemos perder de perspectiva que no es al sacerdote a donde estamos acudiendo, es a Jesús en el sacramento de la Reconciliación. Estamos acudiendo al mismo Jesucristo, para pedirle perdón, que estamos heridos, lastimados... Esto no se trata de un sacerdote o de qué cara pondrá o de qué va a decir. Por el contrario, el primero que sabe cuán difícil es acudir a la confesión es el propio sacerdote. Porque el mismo es un pecador y también se confiesa. Estamos todos en el mismo bote.

Cuando vamos a confesarnos sentimos mucha vergüenza. Porque no vamos a reconocer nuestras virtudes y lo bueno que somos. Precisamente de eso se trata, de que nos avergoncemos de lo que hemos hecho mal. Pues nos avergonzamos cuando sabemos que hemos hecho algo mal, algo que es contrario a la voluntad de Dios, que nos daña o que daña a nuestros hermanos.

Cuando acudimos al sacramento de la Reconciliación le entregamos todos nuestros pecados al Señor. Abrimos el corazón y nuestra alma para que el Señor con su Sangre nos limpie, nos purifique, nos sane y fortalezca en nosotros la gracia.

Lamentablemente nuestra voluntad es débil, muy probablemente volveremos a caer, pero con esta fortaleza caeremos cada vez menos, o cada vez nos levantaremos más rápido.

Es necesario que este sacramento lo recibamos con frecuencia, que se convierta en un hábito, una costumbre en la vida de fe. En la medida en que más acudamos a confesarnos, menos difícil será hacerlo. Es una especie de entrenamiento, como cuando entrenamos un deporte. Al principio nos duele todo; pero, poco a poco vamos perdiendo el temor, sintiendo confianza y haciéndolo cada vez mejor.

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