Dios nos ha creado por amor, y este mismo amor es el que lo mueve a re-crearnos, es decir, a redimirnos, rescatarnos, salvarnos, sanarnos, elevarnos, etc. Por gracia…
Dice San Agustín: “Quien te creó sin ti no te salvará sin ti”. Pero es justamente eso una “cooperación”, es decir un “operar-con-otro”, donde el papel principalísimo es del Otro. Para ser más claro: la conversión, el dejar el estado de pecado y comenzar a vivir el estado de gracia, es principalmente una acción de Dios y secundariamente una respuesta libre de nuestra parte, pero quitada aquella, es imposible esta y viceversa. Y esa acción de Dios es tal, que podemos llamarla milagro. “La conversión es un milagro más grande que la misma creación del mundo” (San Alfonso)
“No hay que desesperar de la conversión de nadie en esta vida, considerando la omnipotencia y la misericordia de Dios”. (Santo Tomás de Aquino)
Dudar de la misericordia de Dios es, en definitiva, obra del diablo: “Antes del pecado, Satanás nos asegura que no tiene consecuencias; después del pecado, nos persuade que es imperdonable. Antes del pecado, él se presenta como el amigo del hombre incitándolo a la revuelta; después del pecado ahoga al alma en la falsa creencia de que la liberación es imposible… El dudar del perdón es el principio del infierno”. (Mons. Fulton Sheen)
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