PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

sábado, 12 de marzo de 2016

V Domingo de Cuaresma. «Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más»

 Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más». (Jn 8, 1-11)

El evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos narra la historia de la mujer adúltera, otra "hija pródiga", frente a sus hermanos mayores, los aparentemente puros y cumplidores de la Ley, que no sólo la quieren expulsar de la casa sino que piden su muerte.
Según el libro del Deuteronomio 22,22 “si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos; el que se acostó con la mujer y también la mujer”.

La mujer sorprendida en flagrante adulterio está ahí, frente a sus acusadores, ¿pero dónde está el hombre, el adúltero? ¿No sería, tal vez, uno de los acusadores como en la historia de la casta Susana del libro de Daniel?

Jesús es siempre genial. No dice nada ni quiere entrar en el juego de los fariseos. Lo suyo no es la casuística. 

Jesús supo mantener un perfecto equilibrio en perdonar al pecador arrepentido: “Yo tampoco te condeno” y al mismo tiempo denunciar la malicia del pecado: “Pero en adelante no peques más”.Hoy se  ha pasado de tener misericordia del pecador arrepentido a eliminar la malicia del pecado, o a dar razón a quien no la tiene: defendiendo el adulterio u otros pecados como una opción totalmente válida. La defensa de Jesús del matrimonio, la familia, el pecado como la gran equivocación que empobrece, mata destruye… es bastante clara. Nos acercamos al Señor para pedir perdón y misericordia por nuestros pecados no para justificarlos…

Otro tema a considerar a la luz de esta Palabra es la pasión de acusar, de condenar a los otros, a la vista está, es algo muy profundo en todos nosotros.  Y lo sufren, por supuesto, las víctimas, pero  sobre todo, quien acusa y condena, aunque no se dé cuenta de ello. Por un lado están  tantas acusaciones falsas, hechas para dar satisfacción a otras pasiones, por ejemplo, en función de sacar dinero,  por venganza o despecho. Como fue la condena y la muerte de Juan el Bautista. Así hay miles de víctimas a lo largo de la historia humana. Bueno... eso es otro tema. Pero en el evangelio de hoy la mujer era verdaderamente adúltera. Había sido sorprendida en su pecado. Y la ley de Moisés mandaba apedrear a las adúlteras. La cosa parecía estar muy clara.

Tan clara que la cuestión que  plantean los escribas y fariseos  e ra simplemente si Jesús decía que había que cumplir la Ley o no. Después de todo, esa Ley, dada por Moisés, era la Ley de Dios. Y Jesús mismo había dicho que no había que dejar de cumplir ni una “yota” (la letra más pequeña del alifato hebreo) o tilde de la Ley. 


Una tradición interpretativa de este pasaje evangélico dice que lo que Jesús escribía en el suelo, en silencio, eran los pecados de los acusadores. Pudiera ser. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Ahí es donde Jesús desenmascara la pasión por acusar, juzgar,  por condenar. Siempre es mucho más cómodo desviar la mirada del propio pecado. Cuanto mayor es la ansiedad por condenar los pecados de otros, más grande es el agujero que uno tiene necesidad de tapar. Quien desea realmente el bien no acusa, no condena. A quien desea y busca el bien le duele el mal, sin duda, pero también sabe que el único remedio al mal es la misericordia, que todos necesitamos, y que todos necesitamos siempre. Hasta el punto de que no hay mayor mal, en la clave del Evangelio, que el de quien cree que no necesita esa misericordia, porque “cumple” con todo, y cree que puede tratar con Dios en clave de “méritos”, en términos de mercado. Creerse que Dios está en deuda con uno, pasarle recibo a Dios.
Pero al menor resquicio, Dios se cuela, entra. Y entra para curar, para abrazar, para perdonar. Dios es el único que conoce nuestro corazón, y su justicia es idéntica a su misericordia. Y ha sido más necesario que nos revelara su misericordia que su justicia, para que no pensáramos ni por asomo que Él es como nosotros, y que tiene las mismas pasiones. “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. 

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