PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

domingo, 1 de noviembre de 2015

Solemnidad de Todos los santos. La santidad no es un lujo es una necesidad...

 
Evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y Él se pudo a hablar enseñándolos:

Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

 Muchas veces tenemos la sensación de que lo que intentamos vivir, la vida cristiana, la fe es poco eficaz o incluso inútil. Es en ese momento en que tenemos que redescubrir la fuerza consoladora de las bienaventuranzas. Porque cada una de las afirmaciones de las bienaventuranzas describe de alguna manera la situación  de los discípulos, de los cristianos: son pobres, están hambrientos, son odiados, perseguidos… “… subió a la montaña y se aceraron los discípulos, y Él se puso a enseñarles…”.
   Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres son los realmente felices, los bendecidos, no obstante todos sus sufrimientos. El encuentro con Jesús, el trato con Él nos lleva a vivir con nuevos criterios, y la promesa de eternidad, de plenitud, de lo que está por venir ya está presente de algún modo.
   No confundamos felicidad con comodidad ni con facilidades… Nuestra santidad se va forjando en la comunión con el Señor. El lugar de Cristo sigue siendo la cruz, peroto también Él es de manera definitiva el Resucitado. El cristiano en este mundo experimenta de alguna manera la pasión de Jesús, pero también experimenta la victoria sobre la muerte, que da una alegría, una “dicha” mayor que cualquier otra experiencia. Cruz y resurrección, cruz y elevación son inseparables. “”Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)
   Decía Santa Teresa: “Vuestra soy, para voz nací” ¿qué mandáis hacer de mí?, y refería múltiples posibilidades: descansar o trabajar, pobreza o riqueza, honor o deshonra, devoción o sequedad, salud o enfermedad, sosiego o turbación… La cuestión, lo definitivo, es estar unido al Señor.


   Dios quiere que las cosas de este mundo no nos satisfagan, porque el pretende darnos muchísimo más. Dios quiere para nosotros no solo la felicidad humana, sino también la mismísima felicidad divina. Esto es lo que provoca la lucha constante entre lo que quiere Dios y las nimiedades que queremos nosotros.
Si estamos plenamente contentos con nuestra vida, nuestra profesión, nuestra juventud, con nuestro auto, con nuestra familia, con nuestra inteligencia... ¿cómo vamos a desear lo bienes del cielo, lo que Dios quiere darnos?

  Entonces Dios nos incomoda, nos sacude permitiendo desencantos, frustraciones, fracasos a ver si despertamos a aspiramos a recibir sus promesas. 

   Los santos son aquellos que en algún momento de sus vidas se dieron cuenta con lucidez de la precariedad de la felicidad en esta tierra y a lo mejor en el llanto, en la pobreza, en el sufrimiento descubrieron la inmensa riqueza que es Cristo, y abrieron su corazón al BIEN INFINITO

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