PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

viernes, 14 de agosto de 2015

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

   “La virgen cuando vio que llegaba el fin de su vida terrena reunió, en Jerusalén, a todos los apóstoles que estaban repartidos por el mundo, se despidió de ellos y se durmió”.
   
   Tenemos reliquias de muchísimos santos, muy queridos y entrañables para nuestra fe (la tumba de Juan Bautista en Damasco, Siria; San Pedro, San Pablo, Santiago, San Juan en Éfeso; San Agustín en Pavia, etc.). Pero de las dos personas más importantes  para nosotros no tenemos reliquias de su cuerpo. ¿Dónde está el cuerpo de la Virge? La fe católica nos da una respuesta y dice: “La Virgen María terminado el curso de su vida terrena fue asunta a la gloria celestial en alma y cuerpo” (Pio XII 1950).

   Los cristianos siempre han creído en la Asunción de María, mucho antes de la proclamación del dogma. Si vamos a Toledo la catedral que comenzó a construirse en el siglo XII está dedicada a la Asunción de la Virgen. También como reliquia de la edad Media tenemos el misteri de Elche, una representación sacra de la dormición, Asunción y coronación  de la Virgen María, en la basílica barroca de Santa María de Elche.



¿De dónde saca la Iglesia esta certeza, que la Virgen está en cuerpo y alma en el cielo? ¿Dónde viene en la biblia? Hay que saber que la Iglesia católica no obtiene todas las certezas de las verdades de fe solo de la Escritura, no es la única fuente de la revelación, tenemos la Tradición y el Magisterio. No somos protestantes (Sola Scriptura -la sola Escritura- y Sola Fide -la sola fe-).
Pero sabiendo esto ahora si podemos ver en la escritura suficientes indicios que juntos  nos ayudan para afirmar con certeza lo que celebramos hoy: la 1ª y 2ª lectura de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen, Ap 11,19-12,10; 1Co 15,20-27; también son muy iluminadores 1Co 15,54-57; Rm 5 y 6 (lo puedes leer tranquilamente en tu casa). La victoria de Cristo contra el diablo fue victoria sobre el pecado y la muerte. “La Virgen María estrechamente unida a su Hijo Jesucristo, primogénito entre los muertos, ha recibido anticipadamente la recompensa de los Justo” (Pablo VI).Es decir la resurrección del cuerpo. “En la victoria de Cristo es parte esencial y último trofeo la resurrección: la especial participación de María en la victoria de Cristo no podía considerarse completa sin la glorificación corporal” (Cándido Pozo, SI)

   En el plan divino, María no es mero objeto de admiración, sino que está llamada a ser modelo de imitación, de estímulo, de consuelo, de ánimo, y nos muestra cual es el destino último del cristiano. Nuestra vida, planes, amores, trabajo… tiene sentido en la medida en que no queda atrapada y encerrada en la intranscendencia. El fin ‘natural’ de la vida terrena –o el fin ‘sobrenatural’, dependiendo del sentido que demos al término– es la vida eterna. Porque de lo contrario, como decía el filósofo, «¿para qué todo si después nos espera la nada?». La Asunción de María a los Cielos nos recuerda cuál es nuestro destino, cuál es la meta a la que estamos llamados. La negación de la vida eterna no nos ha llevado a una existencia más humana y feliz, todo lo contrario ha derivado en una falta de esperanza hacia la vida presente.
   Y es que el hombre está hecho para la transcendencia, la vida con Dios, hasta el punto de que cuando perdemos esto de vista se nos presenta un vacío existencial, nuestra vida se vuelve totalmente intrascendente.

   Esta fiesta de la Virgen, también nos quiere recordar que la plenitud de la felicidad solo la podemos alcanzar en Dios. Hemos sido creados para la felicidad, pero es importante que caigamos en la cuenta que en esta vida solo la podemos alcanzar parcialmente. Un error que podemos cometer es pedirle a esta vida algo que no nos puede dar. Tenemos un deseo de felicidad pero solo encontramos, aquí, una satisfacción parcial. Hemos sido creados con ansia de eternidad de plenitud. “Señor nos has creado para ti, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).

   Todos estamos llamados a recibir este don que contemplamos en María. ¿Lo quieres? Pídelo a la Iglesia: es gratis. 

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