PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

domingo, 30 de agosto de 2015

Domingo XXII. Si no ves la felicidad, búscala adentro...

   En la Palabra, en los mandamientos de Dios está la clave de la vida, de la  felicidad, y la fuente de la verdadera sabiduría. La sabiduría para el buen vivir no está en nuestros instintos o en las modas o estadísticas de este mundo, sino en conocer y seguir la voluntad de Dios, que nos comunica en su Palabra  revelada. Dice el libro del Deuteronomio: “Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente”. Dios se ha manifestado liberando de la esclavitud. La Palabra que Dios ha dado al pueblo de  Israel es inmutable: «No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis  nada». Y llega a plenitud en  Jesucristo. El mandamiento de Jesús es éste: que el hombre sea humano hacia sí mismo y  hacia los demás.
“Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. Ya sabemos que no es multiplicando leyes y tribunales y cárceles como reformamos la sociedad o al hombre si  éste no es transforma en su interior sino cambia su corazón. Y no se trata de multiplicar vigilancia y policías y cámaras… porque, si bien mediante ello algo podría lograrse, todo quedaría en nada si los encargados de hacer cumplir esas ordenanzas no fueran a su vez honestos y constantes. La mera coacción no es suficiente para controlar todo. Si cada uno no es vigilante, señor de sí mismo, nada se consigue. Dice Santo Tomás de Aquino que las muchas leyes eran síntoma de sociedades inmorales.

Sin pureza del corazón no hay fe, no hay vida cristiana, porque esta mira precisamente a liberar al hombre de sus pasiones y del vicio, para hacerlo capaz de amar a Dios y al prójimo como Cristo nos enseñó. En realidad, el único remedio ante la corrupción y la inmoralidad es la purificación del hombre desde su interior. Lo superficial o exterior sirve de poco o de nada. La misión de la Iglesia en el anuncio del Evangelio y el hombre de buena voluntad tienen, en este sentido, un papel fundamental en la sociedad. “Las fuerzas humanas tienen un límite, por amor podemos ir más allá”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario