PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

viernes, 31 de julio de 2015

Domingo XVIII. "El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mi nunca pasará sed"

   El domingo pasado veíamos a Jesús dando de comer a los que le seguían. Hoy le vemos molesto porque le siguen. Jesús les había dado de comer, pero su intención no era solamente el saciar su hambre. Quería mostrarle un signo del Reino de Dios. Aquella muchedumbre le ocurrió lo que dice un refrán oriental: Cuando el dedo señala la luna, el tonto se queda mirando el dedo.

   "Os lo aseguro, me buscáis no por haber visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". La gente se dirige a Jesús por puro interés porque ha saciado su hambre y se han llenado el estómago, con el milagro de la multiplicación de los panes. Jesús rechaza de un plumazo un seguimiento interesado, o cuando nos interesa, mientras el resto de la vida va bien… nos la apañamos nosotros sin Dios tan ricamente… Queda así deslegitimada la postura ante Dios que sólo son “cuando me apetece, cuando le necesito”. Jesucristo no es para llenar un hueco o para cubrir necesidades; es para saciar el hambre más profunda que tenemos dentro. Dicho de otra manera, Dios no es que sea útil, es necesario.

   Jesús denuncia este interés materialista, y sigue diciendo a la gente: "Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre". Jesús invita a esta multitud, nos invita a nosotros, a trabajar en la búsqueda del alimento que de vida buena, plena, definitiva. No se puede vivir sólo pensando en satisfacer las necesidades físicas, sino que hay que vivir con una apertura y una inquietud para llegar a la madurez humana. El pan material sólo garantiza el funcionamiento del organismo, pero tenemos que superar este nivel superficial y dejar esta vida mediocre de satisfacción, solo, de las necesidades fisiológicas. Jesús habla del trabajo para conseguir el alimento que da vida.


   Jesús se está identificando con el pan, que dará vida a toda la humanidad, no como el pan que comieron los israelitas en el desierto, pero que después murieron todos. Jesús en cambio habla de un pan que da la vida definitiva. "Entonces le dijeron: Señor danos siempre de ese  pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mi nunca pasará sed". Sin alimento interior la vida corre peligro. No se puede vivir sólo de pan. Se necesita algo más.

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