
Los milagros del Señor no eran un instrumento que buscaban “rentabilidad” apostólica, es decir para hacer proselitismo sino un derroche de gracia, signos de quién era Él y para qué había venido. Por eso los evangelios no se preocupan por lo general de seguir las biografías de aquellos a los que Jesucristo curó. El evangelio de hoy no nos habla solo de milagros, nos señala el camino: Cristo, que lleva a la salud y la vida y la integración en el amor con los demás. La La verdadera vida es la que da él, la que en fe, esperanza y caridad, en comunión con Él y con los demás, puede dar autenticidad a mi existencia terrena y convertir mi muerte en el comienzo del definitivo y pleno vivir. No existe sólo la muerte del cuerpo, existe también la muerte del corazón y del alma. La muerte del alma es cuando se vive en pecado; la muerte del corazón es cuando se vive en angustia o en una tristeza crónica. Por eso estas palabras de Cristo es para ti: Contigo hablo, levántate.
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