En la Misa de la Vigilia de Pentecostés recibieron el Sacramento de la Unción de Enfermos algunos mayores y enfermos de la parroquia.
Dice el Apóstol Santiago en su carta: “Quien está enfermo, llame a los sacerdotes de la Iglesia y que estos recen por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe, salvará al enfermo: el Señor lo aliviará y, si ha cometido pecados, le serán perdonados” (5, 14-15). Esto no debe hacernos caer en una búsqueda obsesiva de milagros de curación. Sino tener la seguridad de la cercanía del Señor al enfermo y al anciano. El sacramento viene para ayudar al enfermo o al anciano. Por esto es muy importante la visita del sacerdote a los enfermos, para que le imponga las manos, den la unción y los bendiga. Porque Jesucristo, alivia, fortalece, da esperanza y perdona los pecados. Es un consuelo, una gracia saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos.
"Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve.
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase ( Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos” (CIC).
Tengamos la costumbre, y no miedo, de llamar al sacerdote para que a nuestros enfermos (una enfermedad grave) y a nuestros ancianos, venga y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesucristo para seguir adelante.
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