Miércoles de Ceniza día de ayuno y abstinencia, comenzamos el tiempo de la cuaresma.
CELEBRACIONES LITÚRGICAS:
Catecumenium San Sebastián: 6:30 hs. Laudes
CAMF: 17:30 Santa Misa
Parroquia: 19:30 Santa Misa
Las cenizas nos recuerdan que todo lo humano termina reducido a polvo y sólo lo que proviene de Dios es eterno. Muchas veces pensamos que todos nuestros males se solucionan con la economía, la política, la ciencia, la técnica… Pero todo esto siendo importantes, no pueden sustituir a Dios, porque no responden a nuestro deseo de plenitud, de eternidad.
La imposición de la ceniza debería actuar como un golpe seco en la puerta de nuestro corazón. Un golpe que llama a planteanos seriamente nuestra vida: ¿hacia donde voy? ¿qué estoy haciendo? ¿en que estoy gastando mis fuerzas, en que estoy gastando mi vida?
La imposición de la ceniza debería actuar como un golpe seco en la puerta de nuestro corazón. Un golpe que llama a planteanos seriamente nuestra vida: ¿hacia donde voy? ¿qué estoy haciendo? ¿en que estoy gastando mis fuerzas, en que estoy gastando mi vida?
La ceniza como signo litúrgico nos pone frente a una realidad bien objetiva:
la caducidad de nuestro ser.
“Habrás visto en la vera del bosque una planta herbácea, la espuela de
caballero, de hojas verdinegras caprichosamente redondeadas, tallo erguido,
flexible y consistente; flor como recortada en seda y de un fúlgido azul
perlino, que llena el ambiente.
Pues si un transeúnte la cortara y, cansado de ella,
la arrojara al fuego..., en un abrir y cerrar de ojos toda aquella gala
refulgente se reduciría a un hilillo de ceniza gris.
Lo que el fuego aquí en breves instantes, lo hace de
continuo el tiempo con todos los seres vivientes: con el gracioso helecho, y el
altivo gordolobo, y el pujante y vigoroso roble. Así con la leve mariposa, como
con la rauda golondrina. Con la ágil ardilla y el lento ganado. Siempre la
misma cosa, ya de súbito, ya con despacio; por herida, enfermedad, fuego,
hambre o cualquier otro medio, día ha de llegar en que se vuelva ceniza toda
esa vida floreciente.
Del cuerpo arrogante, un tenue montoncito de ceniza.
De los colores brillantes, polvo pardusco. De la vida rebosante de calor y
sensibilidad, tierra mísera e inerte; aun menos que tierra: ¡ceniza!
Tal será también nuestra suerte. ¡Cómo se estremece
uno al fijar la vista en la fosa abierta y ver junto a huesos descarnados una
poca ceniza grisácea!
«¡Acuérdate, hombre:
Polvo eres,
Y en polvo te has de convertir!»
Caducidad: eso viene a significar la ceniza. Nuestra
caducidad; no la de los demás. La nuestra; la mía. Y que he de fenecer, me lo
sugiere la ceniza cuando el sacerdote, al comienzo de la Cuaresma, con la de
los ramos un día verdeantes del último Domingo de Palmas, dibuja en mi frente
la señal de la Cruz, diciendo:
«Recuerda que
Eres polvo
Y al polvo volverás»
Todo ha de parar en ceniza. Mi casa, mis vestidos, mis
muebles y mi dinero; campos, prados, bosques. El perro que me acompaña, y el
ganado del establo. La mano con que escribo estas líneas, y los ojos que las
leen, y el cuerpo entero. Las personas que amé, y las que odié, y las que temí.
Cuanto en la tierra tuve por grande, y por pequeño, y por despreciable: todo
acabará en ceniza, ¡todo!...”
(Romano Guardini, Los signos sagrados)
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