El Evangelio al hablar de felicidad la traduce por bienaventuranza, por gozo, por santidad. Es pertenecer a una persona: Cristo. Sobre Él caen nuestras lágrimas, sobre Él volcamos nuestra ansiedad, nuestra pasión, nuestros gozos y nuestros pecados.
León Bloy escribe: “Solo existe una tristeza, la de no ser santo”.
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