Con Ascensión Romero |
Mi nombre es José Antonio Cano Herrero, soy el peregrino de la parroquia San Sebastián de Pozoblanco, tengo 16 años y estoy creciendo en la fe en la quinta comunidad. Ahora bien, dicha peregrinación, es la primera de mi vida por lo que no la compararé y me centraré en lo que para mi fue esencial:
Dicen que la peregrinación empieza al ahorrar los primeros euros y sobrepasar las tentaciones de desapuntarse, pero para mi todo eso pasó muy rápido ya que solo faltaba un mes para la salida cuando surge el primer atisbo de lo que iba a suceder, una maravillosa experiencia. De pronto estoy en el coche de mi padre yendo a Córdoba para coger el autobús que me llevará a Madrid, la sensación era como la de estar en una montaña rusa apunto de arrancar, cuando es tarde para gritar que te quieres bajar. Una vez en el autobús, duermo hasta en aeropuerto y cogemos el avión. En el largo vuelo de diez horas, tengo las primeras tentaciones del demonio que susurran que era mala idea este viaje pues dejaba atrás dos semanas de estudios cruciales, pero como ya he dicho, no hay vuelta atrás.
Después de hacer escala en Miami, llego a Nicaragua cargado de prejuicios, donde somo acogidos por hermanos de las Comunidades Neocatecumenales. Prejuicios sobre las casas de dos metros cuadrados, de los bares de la calle tan sucios, hasta de ese acento nicaragüense que ahora me gusta tanto. Me acoge un matrimonio con cuatro hijos en una casa fantástica pese a las demás viviendas que tanto rechazaba en mi pensamiento. Son fabulosos, estaba muy cómodo con ellos y la convivencia era magnífica. Cabe destacar que estuvimos en la isla privada del hombre más rico de toda Nicaragua, que nos acogió generosamente... Nuestra estancia duró cinco días con eucaristías y penitencial de por medio, después, lamentablemente tuve que abandonar Nicaragua para empezar el camino hacia Panamá. De no habernos visto en la vida, pasamos a como si nos conocieramos de toda la vida. Un montón de nuevos amigos.
Tras veinte horas de autobús, llegamos a Costa Rica, nos reciben con una eucaristía de la que solo diré que fue sumamente original. Concluida dicha eucaristía, nos repartieron a las familias de acogida. En esta ocasión tuve a un matrimonio como compañero en la casa de otro matrimonio. Pero esta vez no había una gran casa limpia y en un buen barrio, al contrario, era una pequeña casa descuidada (hermanos pobres pero acogedores) y en el peor sitio de la ciudad. Solo me quedé allí una noche.
Al despertar nos subimos en el autobús, otra vez. Conducimos hasta Panamá, a donde llegamos a las tres de la mañana y entramos a un hotel bastante confortable. En Panamá no hubo tiempo para turismo. De hecho, comíamos en el supermercado “Multi-plaza” y cenábamos en restaurantes. El primer encuentro al que acudí fue el Via Crucis con el Papa Francisco. La verdad, la mejor parte fue volver caminando, mejor dicho, bailando con esa música tan inconfundible de Centroamérica. Después vino la vigilia de oración con el Papa. Escuché al Papa hablar sobre “el ahora de la juventud” indicando que no es época de esperar para nosotros como puede parecer, que es la hora de empezar a actuar. Dormimos en el suelo como suele ser común, pero para despertarse una mujer cogió el micro y se puso a dar voces a las siete de la mañana para despertarnos para la celebración de la Eucaristía con el Papa.
Lo siguiente fue el encuentro con Kiko Argüello en el estadio que, obviamente no tenía techo, así que nos dio el sol directo todo el rato. Que conste que eso no nos detuvo para seguir bailando. En esta peregrinación iba buscando y pensado sobre mi vocación, y Dios fue explícito conmigo: me quedé enamorado de Nicaragua. Con el tiempo me gustaría ir vivir en este país.
Y ahora termino de escribir este texto soñando aún con poder volver mañana, un deseo que parece hacerse rutinario. Resumir todas las cosas que han pasado es muy complicado. Hemos bailado, cantado, reído, andado, comido, divertido, sufrido... nos hemos sentido cerca de Dios. Ha pasado algo especial, algo que es difícil entender sin vivirlo, sin verlo, sin estar ahí. Hemos vivido y experimentado la presencia constante de algo más grande, que nos cuida y nos quiere permanentemente.
Sin nada más que añadir, concluyo aquí la narración de esta peregrinación.
Un saludo.
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