Jesús confió a sus discípulos la tarea de atender a los enfermos y necesitados en su nombre por medio de este sacramento. “Qué alegría da saber que en los momentos de dolor no estamos solos: el sacerdote y la comunidad cristiana, reunida junto al que sufre y su familia, alimentan su fe y su esperanza y lo sostienen con la plegaria y el afecto fraterno. A eso se une el consuelo que otorga la presencia de Cristo, que nos toma de la mano y nos recuerda que le pertenecemos, y que nada, ni nadie –ningún mal, ni siquiera la muerte- podrán separarnos de Él”. (Papa Francisco)
No nos privemos, si es el caso, ni a nuestros enfermos y mayores, de los auxilios que la iglesia ofrece en nombre de Cristo.
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