Alfonso y Dori |
En los años de adolescencia escuché las catequesis del
Camino Neocatecumenal, eso supuso para mí el encuentro con el amor de Dios. Fue
una gran ayuda para hacer frente a mis
complejos, inseguridades, miedos… a los combates propios de la vida.
Yo estaba empeñada en mis planes de futuro: estudios,
trabajo, familia… Pero Dios tenía otros planes para mí: mis estudios
fracasaron, el trabajo que planee salió mal y la familia a medias. El señor
tenía para mí una vida mejor: un trabajo estupendo, un marido cristiano y
maravilloso, el mejor para mí, pero no hijos, y me rebele, pedí explicaciones, porque tenía pasar por el sufrimiento de
varios abortos.
Como quería tener hijos a toda costa busque todas las
soluciones, y la única era una fecundación in vitro (tengo un problema de
cromosomas y era imposible que terminara un embarazo), pero esa solución no lo
aconseja la iglesia (por las consecuencias que conlleva la aplicación de
esta técnica), a mí no me importó, pero a mi marido sí; lo hablamos los dos y al
final lo dejamos, no me gustó mucho pero después le di gracias a Dios por poner
Alfonso en mi vida, me ha corregido muchas veces estos años.
El remate de todo esto fue cuando quisimos adoptar un niño y
la administración dijo que no éramos aptos como padres adoptivos, me
sentí mal, insultada y humillada y no entendía nada, lo vi todo negro era la
última oportunidad que teníamos, ya no habría niños.
Durante todos estos años desde que nos casamos, yo estaba
muy lejos de Dios, era feliz porque vivía para mí, no necesitaba a nadie,
yo era el Dios de mi vida.
Cuando salimos del edificio donde nos dieron la noticia de
la no adopción, a pocos metros, cuando más desesperados estábamos nos encontramos
con una iglesia, ni siquiera se su nombre, pero a mí me vino muy bien,
entramos, nos sentamos y solo me salió llorar, ni siquiera rezar, pero si sentí
alivio y paz, y fue ahí donde me acordé del amor de Dios, y de la historia que
estaba haciendo conmigo. Y empecé a rezar y a pedirle que me ayudara a
aceptarlo, a no dudar de Él nunca más.
Hace casi cuatro años me diagnosticaron cáncer de mama, por
supuesto al principio no te lo esperas, es un palo y te sale la impotencia y
llorar, pero en vez de revelarme, me salió rezar, pedirle a Dios que me ayudara
durante todo el proceso y no me
defraudó, estuvo conmigo todo el tiempo y de verdad que no fue tan malo, que el Señor iba por delante de mí, en
ningún momento me sentí sola. Yo rezaba. Todo lo viví como un regalo que el
Señor me había dado para mi conversión, para ver que yo no soy la dueña de mi
vida, que es Dios quien la da y quien la quita.
Hace casi un año me dijeron que el cáncer había vuelto y que
tenía metástasis en la columna y además me rompí la cadera, me derrumbé, no
podía creerlo, no sentí nada, no veía a Dios por ninguna parte, no podía rezar,
a mí que siempre me había ayudado la oración, no me salía. Pero el señor como
siempre, vino en mi auxilio y me fue levantando poco a poco, le costó trabajo
pues no se lo puse fácil. Pero aquí me tiene, en palmito haciendo que la
enfermedad se lleve más fácil, pudiendo vivir el día a día y poder ver que mi vida está bien hecha. La cruz pesa, pero es gloriosa porque Cristo ha vencido la muerte. Ha Resucitado, esa es mi experiencia.
Vivir la fe en la Iglesia, en una comunidad de hermanos aquí en la
Parroquia, la oración, escuchar la Palabra de Dios, la eucaristía... es donde
he recibido y recibo la gracia que me sostiene en mi debilidad.
Dorotea Hidalgo López
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