─Gracias, guapa, pero no puedo comer chocolate.
─¿No?, pregunta extrañada la niña. ¿Por qué?
─Porque me lo prohíbe mi religión, respondió el otro sonriendo.
La niña no dijo nada, pero se acercó a su amigo seminarista que también estaba de cumpleaños y le preguntó:
─¿Qué religión es esa?¡Porque yo no quiero tener una religión que me impida comer chocolate!
No son pocas las personas que asocian el cristianismo con un conjunto de normas que dificultan e impiden disfrutar de la vida. Nada más lejos de la realidad, no han sabido descubrir (de momento) que «lo que Dios manda», no atan, sino dan alas. Nos salva de nosotros mismos.
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