PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

martes, 21 de noviembre de 2017

Por el camino donde pasa Jesús hay sicómoros, para que nuestra pequeñez no nos impida vislumbrar al Señor. Y eso es la Iglesia, un lugar preferente donde tenemos acceso al Señor, por donde seguro Él pasa.

En Jericó, Zaqueo a punto de subir al sicómoro
Hace dos días unos publicanos vinieron a casa de Zaqueo, su jefe. Le traían una noticia importante.

- No te lo vas a creer, hemos conocido a un hombre que habla bien de nosotros- le dijo Benjamín.

- Además, se atrevió a regañar públicamente a unos fariseos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. Nos contó una parábola de dos hombres que fueron al templo a orar, y nos dijo que Dios escuchó la oración del publicano y bajó a su casa justificado. Le aplaudimos, y le pedimos que nos contara más parábolas. Nos prometió que vendría a Jericó – añadió Amós.

- ¿Quién es ese hombre? –preguntó Zaqueo. Me gustaría conocerlo. Debe ser un insensato para enfrentarse a los fariseos y defendernos a nosotros. De sobra sabemos todos en qué consiste nuestro trabajo.

- Se llama Jesús, es galileo, de Nazaret. Desde hace días está predicando a orillas del río Jordán. Mañana vendrá a Jericó y predicará en la plaza. Se espera que venga una multitud, porque se ha extendido su fama por los pueblos de alrededor. Los comerciantes hablan de él por todas partes.


Zaqueo piensa: ¿Cómo podré escuchar a Jesús si viene una multitud? Los cobradores de impuestos somos impuros. Si alguno de mis vecinos tropieza conmigo o roza mis vestiduras, debido a la aglomeración, quedará impuro también. Estoy harto de que la gente me maldiga, me llamen hijo de ... y se aparte de mí cuando paso a su lado. Tengo que encontrar el modo de escuchar a ese hombre. 
De repente encuentra la solución. Seguramente muchos niños se subirán a los árboles de la plaza para curiosear, como es costumbre cuando vienen forasteros, pero al sicómoro no se subirá nadie. Los fariseos consideran este árbol impuro.
A la mañana siguiente se dirige a la plaza y se acomoda en el sicómoro.

De golpe, el ruido de la muchedumbre, Jesús entra en la plaza y hace un gesto para que haya silencio y comienza a predicar.
Zaqueo se emociona al oírle. Tiene la sensación de que Jesús conoce lo que hay en su corazón. Cuando acaba de predicar, el maestro atraviesa la plaza y se dirige directamente hacia el sicómoro. Alza la vista y le dice:

- Zaqueo, baja rápidamente del árbol.
¿Por qué conoce mi nombre? –Se pregunta- ¿Sabe que soy un hombre importante, nada menos que el jefe de los publicanos?

Le dice de nuevo:
- Baja pronto, hoy voy a alojarme en tu casa.
Y continúa caminando por la plaza, rodeado de niños.
Baja del árbol y se va corriendo a su casa. Por el camino tropieza con algunas personas, pero esta vez no tiene en cuenta si las roza o no. Quiere contar a Sara lo que le ha ocurrido y preparar la comida para recibir a Jesús.
La noticia se extiende por Jericó y empiezan las murmuraciones. Algunas personas se acercan con disimulo a la casa de Zaqueo para cotillear mejor y ver lo que ocurre. Murmuran en voz baja:
- Jesús no sabe en qué casa se va a meter. Si realmente fuera un profeta sabría de qué calaña es este recaudador.
- ¿Cómo se le ocurre honrar con su presencia la casa de un traidor, de un cobarde?
- Podía haber elegido una de nuestras casas para alojarse. Ha elegido la peor.
La comida se convierte en un banquete muy especial. Jesús cuenta la conversión de Mateo, el recaudador de impuestos que ahora es discípulo suyo; la familia de Zaqueo se queda sobrecogida al oír esta historia. 

Zaqueo siente de nuevo que Jesús está leyendo lo que ocurre en su corazón. Se arma de valor, respira hondo, se pone de pie y dice con voz fuerte, para que le oigan también los que cotillean en la puerta:

- Jesús, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres.
En toda la casa se hace un silencio sepulcral. A Sara se le saltan las lágrimas y sonríe feliz. Fuera de la casa el murmullo va en aumento.
Zaqueo mira fijamente a Jesús, que asiente con la cabeza y le mira en silencio, como si esperara algo más de él.
El hombrecillo se viene arriba, como si de repente empezara a crecer sin parar y dice:

- Jesús, tengo algo más que decirte. Al que haya hecho daño le devolveré cuatro veces más de lo que le quité.
Jesús se levanta y le abraza con tanta fuerza que parece que Zaqueo desaparece entre sus brazos. Levantando la voz le dice:

- ¡Hoy ha entrado la salvación a tu casa! ¡También tú eres un hijo de Abraham!

Zaqueo no puede reprimir la emoción. Desde hacía años le habían llamado de todo y habían maldecido a su madre. Nadie le había llamado hijo de Abraham, el título por excelencia, el que todo varón judío quiere poseer. Y de golpe siente que él es como el publicano de la parábola y que Yahvé ha escuchado su oración y le ha perdonado. ¡Se siente un hombre afortunado!

 El encuentro con Jesús le había devuelto su grandeza interior. Ahora entendía con claridad lo que Jesús le había dicho al despedirse: He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

¡Bendito sicómoro!  ¡Bendita pequeñez que nos llevó al encuentro con el Señor!

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