Esta solemnidad de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo, nos ayuda a elevar la mirada y el pensamiento hacia el cielo. No a un cielo hecho de ideas abstractas, ni tampoco un cielo imaginario: Dios es el cielo. Don está Dios está el cielo, donde no está Dios es un infierno.
Lo que celebramos los católicos es un gran anuncio de lo que Dios quiere hacer con nosotros, contigo...
La salvación de Dios en Jesucristo abraza a nuestra vida entera: cuerpo y alma. En coherencia con esto la fe católica rechaza de lleno la creencia en la reencarnación porque supone un desprecio del propio cuerpo. Nuestro cuerpo forma parte de nuestra persona. Nuestra fe es en la Encarnación, es decir, la fe en que Dios asumió la carne humana por toda la eternidad. Dios tiene un cuerpo humano: Jesucristo.
De aquí la práctica de dar digna sepultura a los difuntos. Porque estos cuerpos están llamados a la unión con el alma en la resurrección final. Cementerio en latín significa dormitorio.
Nuestro cuerpo no es una prótesis que podemos cambiar a nuestro antojo. No es algo, es alguien, somos nosotros mismos.
Hoy se nos ofrece una gran esperanza, la Virgen María nos muestra un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino: acoger a su Hijo Jesucristo; no perder nunca la relación con Él. No es lo mismo tener Esperanza que tener esperanzas.El que carece de una verdadera Esperanza vive invadido de una multitud de deseos. La esperanza tiene que ser trascendente, la fe en Dios fiel y misericordioso.
Nos ponemos en las manos de la Virgen y ¡al cielo con ella!
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