PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

viernes, 21 de julio de 2017

Entre el amor y el odio hay una distancia infinita

Por esta zona somos más de jabalí que de elefantes 
Aníbal Barca, el gran General Cartaginés, fue el protagonista indiscutible del siglo III a.C. Es famoso el juramento que le obligó a hacer su padre Amílcar: "odio eterno a los romanos" y hostigar a Roma hasta su decadencia. ¿Mito o realidad? Quien sabe, probablemente un poco de todo…
Me imagino que os viene a la memoria la ruta elegida y el medio de transporte: ir contra la capital del imperio atravesando los Alpes con los elefantes… Se detuvo a las puertas de Roma. Un paso más y habría cambiado la historia. Pero no…
A lo que voy. "Odio eterno". Esto no sorprende. Porque desde el penoso incidente entre Adán y Eva en el Paraíso terrenal, tenemos la insana costumbre de formar bandos irreconciliables para atizarnos con dureza: romanos y cartagineses, cules y merengues, de derecha y de izquierda… Y no es que la rivalidad sea  mala. Al contrario, la competencia casi siempre es sana, deseable y compatible incluso con una sincera amistad. Pero odiar es otra cosa. No hay nada más diabólico que el odio.
Odiar  es querer aniquilar al odiado; desear que el otro no exista, que desaparezca para siempre su apellido...
Se suele decir que del amor al odio solo hay un paso. La afirmación vale para quienes confunden el amor con un simple sentimentalismo, con el afán de poseer a una persona. Amar es entregarse, perdonar, sufrir y ver en el otro  algo divino.
Dios es Amor y el odio es patrimonio del diablo. Por eso entre el amor y el odio hay una distancia infinita.

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