La Virgen Desatanudos |
“Los católicos no somos ciudadanos de segunda categoría
por ser católicos. Y la fe, si es bien vivida, afecta a todos los ámbitos de la
persona, también a su dimensión social y política. La
persona que vive su fe de verdad se da cuenta de que esa luz potente de la fe
le ayuda al discernimiento de sus decisiones públicas y políticas. La fe y la
moral cristiana influyen en la decisión del voto que depositamos en las urnas”
(Mons. Demetrio Fernández)
Unos ocho millones de personas van a Misa (que celebran la
Eucaristía) cada domingo en nuestro país. Y van libremente, sin que nadie les
obligue como obligan las leyes del estado. No sólo eso, sino que, también
libremente, dan algún dinero para el mantenimiento de la Iglesia y poder seguir
yendo… ¿No constituye eso una mayoría decisiva, o sumamente importante al
menos? ¿No expresa así cada semana el pueblo lo que la retórica habitual llama
su “soberanía”, o lo que le queda de ella? ¿Qué partido, de izquierdas o de
derechas, reuniría a lo largo y ancho de la geografía española, un domingo tras
otro, durante más de diez o doce semanas, llueva o nieve o haga un sol de
justicia, sin repartir bocadillos, o sin tener que pagarles los autobuses y el
entretenimiento a los bravos militantes que resistieran el meneo?
Pues bien, la
pregunta del millón es: ¿Cómo es posible que luego, a la hora del voto, esa
“mayoría” tenga tan poco reflejo? ¿de dónde nace
el silencio? ¿Por qué no tenemos —la mayoría de nosotros— ni gran cosa que
decir, ni la más mínima conciencia de que eso sea un problema?
Cada día hay más personas que se sienten
desapegadas de la política, que ven en ella una especie de circo, y no están
dispuestos a reírse. Porque se dan cuenta, por un lado, de lo que está en
juego, y por otro, de que en todo el abanico de propuestas políticas que se nos
hacen, en todas, los católicos (a pesar
de esa “mayoría” a la que nos hemos referido antes), somos algo marginal o
irrelevante.
Pero ojo, el escepticismo con respecto a una
cierta política no sirva de ocasión para que seamos instrumentalizados de un modo u otro por unas
políticas peores. La frustración resignada, o la indignación, hartura de
mentiras, corrupción, hartura de
propaganda, de luchas de poder, de humo y de nada, se convierten fácilmente en
carne de cañón. Son fácilmente manipulables.
La dictadura del relativismo está mostrando en algunos países y algunos discursos políticos de estas elecciones un rostro populista que es bastante peligroso para la libertad, la libertad religiosa, es decir, la libertad de confesar la propia fe en privado y en público, la libertad de elegir el tipo de educación que se prefiera para los hijos, que son hijos de los padres antes que del Estado. La libertad para defender otros principios fundamentales como la vida, la familia, etc.
La dictadura del relativismo está mostrando en algunos países y algunos discursos políticos de estas elecciones un rostro populista que es bastante peligroso para la libertad, la libertad religiosa, es decir, la libertad de confesar la propia fe en privado y en público, la libertad de elegir el tipo de educación que se prefiera para los hijos, que son hijos de los padres antes que del Estado. La libertad para defender otros principios fundamentales como la vida, la familia, etc.
Sepamos
a quien votamos. Para un cristiano es obvio: ningún partido es
la Iglesia, y que de ninguno de ellos viene ni vendrá jamás la salvación. Que
“no tenemos aquí ciudad permanente” (Hb 13, 14).
El mayor servicio que la Iglesia hace al mundo y
a la polis, hoy como en el Siglo I, es ser ella misma. La política de la Iglesia
es ser simplemente la Iglesia, esposa y cuerpo de Cristo, anticipo de la ciudad
del cielo de que habla el final del Apocalipsis, sin complejos y sin
reducciones.
Le pedimos a la Virgen que interceda por todos.
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