PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

lunes, 20 de junio de 2016

Elecciones. Participemos, es un derecho y una obligación ciudadana

La Virgen Desatanudos
“Los católicos no somos ciudadanos de segunda categoría por ser católicos. Y la fe, si es bien vivida, afecta a todos los ámbitos de la persona, también a su dimensión social y política. La persona que vive su fe de verdad se da cuenta de que esa luz potente de la fe le ayuda al discernimiento de sus decisiones públicas y políticas. La fe y la moral cristiana influyen en la decisión del voto que depositamos en las urnas” (Mons. Demetrio Fernández)
Unos ocho millones de personas van a Misa (que celebran la Eucaristía) cada domingo en nuestro país. Y van libremente, sin que nadie les obligue como obligan las leyes del estado. No sólo eso, sino que, también libremente, dan algún dinero para el mantenimiento de la Iglesia y poder seguir yendo… ¿No constituye eso una mayoría decisiva, o sumamente importante al menos? ¿No expresa así cada semana el pueblo lo que la retórica habitual llama su “soberanía”, o lo que le queda de ella? ¿Qué partido, de izquierdas o de derechas, reuniría a lo largo y ancho de la geografía española, un domingo tras otro, durante más de diez o doce semanas, llueva o nieve o haga un sol de justicia, sin repartir bocadillos, o sin tener que pagarles los autobuses y el entretenimiento a los bravos militantes que resistieran el meneo?
Pues bien, la pregunta del millón es: ¿Cómo es posible que luego, a la hora del voto, esa “mayoría” tenga tan poco reflejo? ¿de dónde nace el silencio? ¿Por qué no tenemos —la mayoría de nosotros— ni gran cosa que decir, ni la más mínima conciencia de que eso sea un problema?
Cada día hay más personas que se sienten desapegadas de la política, que ven en ella una especie de circo, y no están dispuestos a reírse. Porque se dan cuenta, por un lado, de lo que está en juego, y por otro, de que en todo el abanico de propuestas políticas que se nos hacen, en todas, los católicos  (a pesar de esa “mayoría” a la que nos hemos referido antes), somos algo marginal o irrelevante.
Pero ojo, el escepticismo con respecto a una cierta política no sirva de ocasión para que seamos instrumentalizados de un modo u otro por unas políticas peores. La frustración resignada, o la indignación, hartura de mentiras, corrupción,  hartura de propaganda, de luchas de poder, de humo y de nada, se convierten fácilmente en carne de cañón. Son fácilmente manipulables.

La dictadura del relativismo está mostrando en algunos países y algunos discursos políticos de estas elecciones un rostro populista que es bastante peligroso para la libertad, la libertad religiosa, es decir, la libertad de confesar la propia fe en privado y en público, la libertad de elegir el tipo de educación que se prefiera para los hijos, que son hijos de los padres antes que del Estado. La libertad para defender otros principios fundamentales como la vida, la familia, etc. 
Sepamos a quien votamos.  Para un cristiano es obvio: ningún partido es la Iglesia, y que de ninguno de ellos viene ni vendrá jamás la salvación. Que “no tenemos aquí ciudad permanente” (Hb 13, 14).
El mayor servicio que la Iglesia hace al mundo y a la polis, hoy como en el Siglo I, es ser ella misma. La política de la Iglesia es ser simplemente la Iglesia, esposa y cuerpo de Cristo, anticipo de la ciudad del cielo de que habla el final del Apocalipsis, sin complejos y sin reducciones.

Le pedimos a la Virgen que interceda por todos.

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