«Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de
caída» (Lc 24,29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma
del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús
hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos.
Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido
fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. «Quédate con nosotros»,
suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el
Maestro se había quedado veladamente en el «pan partido», ante el cual se habían
abierto sus ojos.
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