PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

sábado, 2 de abril de 2016

II Domingo de Pascua. «Hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos».

   
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. 
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» 
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» 
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» 
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» 
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!» 
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor


   Actualmente hay una tentación muy fuerte a la increencia. Pero la lucha por la fe no es solo de estos tiempos. 

   A la luz del Evangelio podemos ver que la fe no la  podemos reducir a un hecho individual en que bastan mis propias luces, prescindiendo de los otros. Sin la Iglesia, sin los hermanos, no hay posibilidad de fe ni de encuentro con Cristo. Es en este ámbito  comunitario donde se puede encontrar a Cristo Resucitado y crecer en la fe en Él. Esto vale para los apóstoles y para nosotros
Tomás no estaba solo y podía confrontar su propia y extraordinaria experiencia con la de los demás testigos de la Resurrección. Confrontación tan necesaria para la fe que, cuando María Magdalena por su lado y los dos discípulos de Emaús se encuentran a solas con Jesús resucitado, tienen la necesidad imperiosa de correr al núcleo de la primera Iglesia, de los primeros discípulos, para compartir con ellos su experiencia.


   Sí, a la Iglesia debemos nuestra fe. La Iglesia que son los hermanos del pasado y del presente. Lo que yo no sé de teología lo sabe aquel teólogo; allí donde mi caridad no alcanza, llega la del misionero; las dudas y dificultades a las cuales no sé responder aquel otro las resuelve; y, cuando mi fe vacila, me apoyo en la de los demás; lo que no puedo hacer como sacerdote lo hace ese mi hermano como padre de familia. Y, así, juntos, es como podemos avanzar en medio del combate de la vida. Necesitamos reunirnos, necesitamos acompañarnos.

   Unos y otros “hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos”. No lo mismo, pero todos hemos visto. Unos vieron a Jesús en su cuerpo físico. Nosotros hemos visto no su carne, pero sí lo que ha obrado en nosotros y a lo largo de la historia de la Iglesia. En la tradición cristiana creer no se contrapone a ver. La fe es un don, una elección, pero creer es un acto de la inteligencia, es asentir a lo que se ve y se toca.

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