La madre de Mané fue testigo directo de lo que sucedió con la mártir Teresa Cejudo. |
Seis días después del asesinato del párroco el beato D. Antonio Rodríguez Blanco, el 22 de agosto de 1936, fue detenida y conducida a prisión. Fue juzgada el 16 de septiembre, acusada de propaganda política contra las ideas marxistas, a lo que ella respondió: “No ha sido por defender al capital, sino la ley de Jesucristo”. Nunca negó en el juicio ser católica. Cuando fue condenada a muerte junto con otras diecisiete personas, varios miembros del público asistente comenzó a gritar y a aplaudir. Al oír la sentencia a muerte, dijo Teresa: “Esto lo esperábamos nosotros. Nos reclama Jesucristo y nos vamos con él”. Después de despedirse de sus dos hermanas, abrazar a su hija, que tenía 10 años, le dice: “Te quedarás con las tías. Todos te querrán mucho, incluso estos milicianos que nos rodean. Tú tienes a tu madre en el cielo”.
Fue la última en morir, animando a sus compañeros de martirio con la esperanza de la vida eterna. Tenía cuarenta y cinco años. “¡Os perdono, hermanos! ¡Viva Cristo Rey!” fueron sus últimas palabras.
Esa rabia y ese odio contra Dios y contra la fe católica se convirtió en una ocasión de expresar un amor más grande, un amor que muere perdonando a los verdugos. El mejor testimonio que puede dar un cristiano. Y esto solo puede ser fruto del Espíritu Santo que habita en el corazón.
Es un testimonio de fe y perdón que nos edifica y nos anima a vivir con más radicalidad el Evangelio. Nuestro pueblo, nuestro país, necesita de cristianos que en la vida pública y privada, con sus obras y palabras, den testimonio de la fe en Jesucristo. Testimonio de amor, perdón y unidad.
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