Al decir María, Madre de Dios, decimos que su hijo no es simplemente un hombre sabio, alguien como Confucio, Sidartha Gautama o Mahoma, un maestros de autoayuda y, mucho menos, promotor de revoluciones sociales… sino el mismísimo Dios, potente para elevarnos, más allá de las miserias o utopías de este mundo a la condición de hijos de Dios.
“Confesemos que el Emmanuel es realmente Dios, y que por esta razón, la
Santísima Virgen es Madre de Dios, pues Ella ha dado a luz según la carne, al
Verbo de Dios."
El evangelio muestra que reconocían a Jesús como hijo de María, de tal manera que no podían negar su humanidad. Para algunos era motivo de maravilla, de asombro y para otros de sospecha, pues sabían su origen y parentela.
Cristo ha nacido una vez de María en Belén, nace también por la fe en cada
uno de nosotros. San Francisco de Asís nos describe el
caso de una verdadera y completa maternidad que nos asemeja a María: "Somos
madres de Cristo -escribe- cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo
por medio del divino amor y de la conciencia pura y sincera. Nosotros concebimos a Cristo cuando le amamos con sinceridad de corazón
y con rectitud de conciencia, y le damos a luz cuando realizamos obras santas
que lo manifiestan al mundo".
«Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen
en práctica» (Lc 8, 21). «María, por su parte, conservaba todas estas palabras,
meditándolas en su corazón».
Al comenzar el año miramos a la
Virgen María Madre de Dios y Madre nuestra; bajo esta compañía materna,
comenzamos 2016, con la certeza de que no estamos solos y todo aquello que nos
preocupa, nos interesa y amamos está en manos de Dios y no de los hombres.
Noche vieja
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