Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres..." (Flp 4,4s)
"...exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia" (Lc 3,18)
El mensaje cristiano se llama "evangelio", es decir
"buena noticia", un anuncio de alegría para todos; ¡la
Iglesia no es un refugio para personas tristes, la Iglesia es la casa de la
alegría! Y
aquellos que están tristes, encuentran en ella la alegría. Encuentran en ella
la verdadera alegría.
Pero la del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su
razón en el saberse acogidos y amados por Dios.
El tercer
Domingo de Adviento hace una intensa llamada a la alegría. En nuestra vida
experimentamos una cierta alegría o contento cuando nos liberamos de un
problema, de una enfermedad, saldamos una deuda… es decir, la alegría surge
tras salir de una situación adversa. Cuanto mayor es el mal del que nos
liberamos mayor es la alegría.
En Cristo encontramos la misericordia que
perdona, transforma y da sentido a nuestra vida. En el encuentro con el Señor
nos sentimos amados, y ahí está la verdadera alegría.
Esta experiencia de salvación se ofrece a
todos sin distinción. ¿Qué tenemos que hacer? Preguntan todos a Juan Bautista.
La respuesta es un consuelo porque no pide cosas extraordinarias. Muestra los
primeros pasos que hay que dar: no obrar mal y compartir lo que tenemos. Lo
importante es dejarse conducir por la gracia que se nos anuncia. La alegría es
compañera del amor y dice San Pablo que “Dios premia a quien da con alegría”.
Juan
Bautista es un hombre impresionante, pero no es el Mesías. No quiere apropiarse
de lo que no es suyo, él solo prepara, anuncia. Es Jesús el que bautiza con
Espíritu Santo. En Él Dios te ha dicho “te amo”, “tú eres muy importante para
mí”. Que nadie nos robe esta alegría.
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