Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?» Jesús respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí» Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz»
«Nadie puede decir
“Jesús es Señor” sino en el Espíritu Santo». Se es cristiano sólo por la gracia
de Dios.
En el año 496 se
llevó a cabo la batalla de Tolbiac, los germánicos estaban a punto de vencer al
ejército de Clodoveo, esto significaría la caída del reino de los francos.
Clodoveo, recordando al Dios del que su esposa cristiana, le había hablado tanto, le juró que si ganaba
la batalla se bautizaría católico. Sorprendéntemente la victoria fue para
Clodoveo después de que el jefe de los germánicos fue abatido y que el ejército
se dispersara. Fiel a su palabra, al poco tiempo, allí, en el mismo lugar donde se levanta hoy la catedral de
Notre Dame de Reims, San Remigio -Saint
Remi- bautizó al caudillo de los francos Clodoveo, con
3000 de sus guerreros, dando
inicio al trono de esa nación. Por eso Reims representaba -y representa-, en la historia francesa, el
lugar de su nacimiento como nación.
Así es como Francia
se convirtió en la primogénita de la Iglesia, el reino franco fue el primero de los reinos que poco a poco
irían abrazando la fe católica.
Cuando más adelante los
carolingios adoptaron el rito bíblico de la unción que confería a la monarquía
su legitimidad divina, quisieron vincularse a la memoria de su primer rey
cristiano. A partir de 816, durante un milenio, los reyes de Francia fueron
consagrados en Reims. Por eso el empeño de Santa Juana de Arco en insistir al Delfín, quien ya era
de hecho rey bajo el nombre de Carlos VII, para que fuera, en 1429, a ser coronado en
Reims, en plena zona enemiga durante la Guerra de los Cien Años, y no en París.
Para el cristianismo la autoridad y la realeza, debía estar
al servicio de Dios y de su pueblo, y no de los puros intereses temporales y
mundanos.
En el
paganismo, en cambio, los reyes eran considerados divinos, directos hijos de
Dios y cuya voluntad era la ley. Tanto los reyes babilonios, como los faraones
egipcios, como los Incas o los monarcas chinos o japoneses o los emperadores
romanos, eran tenidos como hijos del cielo, hijos del sol, ellos mismos
porciones de Dios destinados a gobernar a su pueblo. La palabra del monarca era
suprema ley. El estaba por encima de cualquier costumbre, de cualquier norma, y
tenía sobre sus súbditos poder de vida o muerte.
Nada de eso aceptará el
pueblo de Israel y, mucho menos, el cristianismo. En el universo no hay nada de
divino -dice la Escritura-. Tanto el cielo como la tierra son creaturas de
Dios. El sol es un astro puesto para iluminar al hombre, "una lámpara",
dice el Génesis, y ningún hombre es hijo de Dios por naturaleza, ni siquiera los
reyes: todos por igual, somos 'imágenes y semejanzas de Dios'.
La famosa frase de San
Pedro, "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" era y es un
principio de libertad que ningún régimen autoritario podía ni puede tolerar. De
allí las persecuciones que siempre ha sufrido la Iglesia. Ser de
Cristo y reconocerse como siervo de Cristo es ser libre. Y no ser de Cristo,
inevitablemente, termina haciéndonos esclavos de algún ídolo que no puede
cumplir la vida, que no puede dar plenitud al corazón.
Hoy termina el año
litúrgico. Y lo coronamos con esta solemnidad de Cristo Rey. Aunque
desconocido, aunque depuesto del corazón de tantos hermanos nuestros, el Señor,
que solo se impone en libertad y en amor, continúa siendo Rey y, durante este
tiempo previo a lo definitivo, formando y preparando a los que tendrán parte en
su Reino. Y si ya no es posible aspirar a que Cristo reine en el mundo, en
nuestra patria, reine en nuestras
familias, en nuestros corazones, para que, después de las vicisitudes de este
tiempo podamos entrar con todos los nuestros en su Reino Eterno.
“Entonces ¿Tú eres Rey? ” “Sí, tú los has dicho, yo soy rey. Pero
mi Reino no es de este mundo”
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