Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos
de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo
necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es
una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y
hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que
siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se
asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los
hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio.
Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la
injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones
infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos. Manos
Unidas lucha por la pobreza en la que viven tantos millones de personas,
que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental
para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir
con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución
queremos contribuir.
“Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y
por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos
Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las
raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de
proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios,
Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados,
sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte.
Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra
diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a
todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la
erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la
más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo
muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial
al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas
continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos
españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten
solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos
recursos.
Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la
ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para
nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le
dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del
Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros,
pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos,
por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195).
La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”.
Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo
superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no
tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó
de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a
nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una
solidaridad que no nos despoje no sería cristiana. La caridad cristiana
nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos
uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto
valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de
rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su
sangre. Personas valoradas a tan alto precio.
Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el
día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del
mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a
él.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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