Sólo en la gracia y la fuerza que viene de Cristo experimentamos un amor nuevo, que sacia con creces nuestras ansias de amar y de ser amados; y sobre todo, percibimos que ese amor no se acaba nunca.
Nuestro corazón no está hecho para la soledad, sino para la comunión, para la convivencia, para convivir con otro, con los demás. “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a darle una ayuda semejante” dice la Palabra de Dios.
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